En este momento estás viendo Gran Cañón del Colorado – parte II: La verdadera aventura

Gran Cañón del Colorado – parte II: La verdadera aventura

Me levante bien temprano. Ese día estarba destinado a realizar un camino de senderismo llamado Bright Angel Trail. Existen varias “rutas” de senderismo, de diferentes duraciones y dificultades. Ésta baja hacia el fondo del cañón, llegando al río Colorado. La entrada hacia este sendero se encuentra en Bright Angel Lodge y, a casi 5 km de allí, localiza la primera base donde, por primera vez en el recorrido, hallaremos agua y aseos. Se camina 5 km, pero se desciende sólo 340 metros.


La segunda base se encuentra a casi 5 km más. Hay que tener en cuenta que ambas están abiertas sólo de mayo a octubre. En la última base, que se halla a 14 km totales desde donde emprendimos el sendero, se llama Indian Garden. Esta está abierta todo el año y se tarda entre 6 y 9 horas en llegar. Es por eso que, si se decide llegar hasta este punto, se recomienda pasar la noche e iniciar el camino de vuelta minimamente al otro día.

Paso a contarles que mi idea era descender por lo menos hasta la primera base, y luego volver a subir. Como estaba sola no me iba a animar a bajar hasta el fondo, además de que los días en febrero eran bastante cortos.

Alrededor de las 8 am, cuando el sol recién comenzaba a pegar en las paredes del cañón resaltando el rojo de las piedras, yo ya estaba junto al sendero Bright Angel. Comencé a descender, observando los carteles de advertencias que se presentaban. Hacia bastante frío y sectores del camino estaban cubiertos de hielo y nieve, lo que hacia que mis zapatillas deportivas (las cuales no eran aptas para ese tipo de actividad) resbalen. Sentía miedo al escuchar ruidos de animales entre los pastizales, pero sólo se trataba de ardillas buscando alimento. Por todo el parque hay letreros que indican no tocarlas, ni darles de comer, asique me abstuve. Los caminos se volvían angostos por momentos, y el precipicio sin ningún tipo de protección, hacía que mi cabeza se vuelva algo paranoica. Me invadían pensamientos de que si algo sucedía, estaba completamente SOLA. Cada tanto, muuuuy cada tanto, una persona se cruzaba en mi camino. Los observaba, con sus equipos de trekking, sus bastones y calzados antideslizantes que, más que envidia, me hacían sentir tonta de, siendo tan precavida, no haber pensado en todo eso.

Al cabo de 1 hora aproximadamente, llegué a una parte del camino que estaba repleta de nieve. Descendía
en curva hacia la izquierda y a pocos metros divisé 3 escalones, por los que debería pasar, cubiertos de hielo. Tomé aire y haciendo equilibrio con los brazos pisé en el primero. Ningún problema. Al apoyar el otro pie en el segundo escalón, sentí como precipitadamente mi zapatilla resbalaba. Creo que por una milésima de segundo floté en el aire. Me fui al suelo de espaldas, apoyando mi brazo izquierdo, tratando de amortiguar el golpe, junto a la mochila que llevaba. Afortunadamente no estaba tan cerca del barranco como para salir rodando cuesta abajo. Un dolor que jamás en mi vida había sentido me recorrió el brazo. Con mi parte trasera aun sobre el hielo intenté levantarme sosteniéndome con mi brazo sano. Una vez de pie, intenté mover el lastimado. Pude. Trataba a toda costa de convencerme que no me dolía, que sólo había sido a causa del impacto y se pasaría de momento a otro. Mi mente era un aluvión de pensamientos y dudas sobre qué tan mal estaría mi brazo, sobre si seguir descendiendo o volver. Cuando reaccioné y emergí de mis reflexiones y para acelerar el proceso de “curación”, saqué de la mochila un antiinflamatorio y me lo tomé (llevar un botiquín es muy importante cuando uno viaja). También agarré una bolsa de nylon, la llené con nieve y me la coloqué debajo de la ropa, en la articulación del hombro con el antebrazo, el lugar que me dolía.

El dolor se hacía cada vez más intenso, sensible a cualquier mínimo movimiento. Como dije estaba SOLA, sin embargo no dejé que el miedo me invada. Comencé a volver sobre mis pasos, teniendo aún más cuidado que antes. Dentro de todo la vuelta se me hizo bastante corta. Llegué nuevamente al Bright Angel Lodge donde había dejado estacionado el auto. Necesitaba que me viera un médico. Es increíble como la cabeza, en estas circunstancias de desesperación, puede recordar cosas que uno pasa por alto o desinteresadamente: el día anterior, mientras daba una vuelta por los caminos del Parque, había visto un centro clínico. Ahora la pregunta era dónde. Agarré el GPS y busqué en los lugares de interés que ya vienen predeterminados. Realmente esta función es muy útil, ya que puede sacarte de apuros, no solo en cuestiones como encontrar un hospital, sino también muestra estaciones de servicio más cercanas, lugares donde hospedarse o donde comer. Busqué “hospital” más cercano y apareció. Los caminos del parque son como un laberinto y es fácil perderse si no se tiene un mapa o algo que indique donde nos encontramos.

Estacioné el auto cerca de la entrada. Manejar hasta allí con una sola mano no fue demasiado complicado, solo porque el auto era de caja automática, claro. Entré a la clínica y me dirigí hacia la recepción donde una amable señora me recibió y me preguntó en que podía ayudarme. Que problema… explicarle en “mi ingles” lo que me pasaba. Sentí que las emociones me sobrepasaban. Estaba sola, con un dolor infernal, nerviosa y sin poder comunicar fielmente lo que me pasaba. Como si fuera una nena de 10 años, debo admitirlo, y entre sollozos pude balbucear: My arm… my arm is broked. La señora amable, ahora con cara de preocupada y notando que no sabía inglés, me pidió que me tranquilizara y me preguntó de dónde era. Cuando le dije que de Argentina llamó a un enfermero que hablaba español. Un poco más aliviada por eso, le expliqué y me hizo tomar asiento para aguardar ser atendida por un médico. Mientras tanto, completé un interminable formulario con mis datos e historial clínico. Se lo entregué a la recepcionista y seguí esperando. No sé cuánto tiempo estuve ahí sentada, con la mirada perdida en la pared blanca y con el cerebro a modo de torbellino. “Eso me pasa por hacerme la Indiana Jones”, pensaba. De pronto un hombre de guardapolvo blanco interrumpió mis “reflexiones”. Me hizo pasar a un consultorio bastante pequeño. En el centro de la habitación había una camilla y, junto a una ventana, el escritorio y dos sillas. Me hizo sentar en la camilla. El médico hablaba casi nada de español. Intenté explicarle lo que me había pasado y donde me dolía. Me hizo colocar una bata, para lo cual se fue de allí por unos minutos. A su regreso movió mi brazo. Dependiendo hacia donde lo moviera yo lanzaba un alarido. Hizo anotaciones y salió de la sala. Al cabo de un rato volvió con una enfermera y me pidió que la siguiera, iban a hacerme unas radiografías. “Listo, me quebré el brazo, ahora me van a poner un yeso por primera vez en mi vida, estando en EE.UU., SOLA, qué bien Vero… qué bien”. Caminé por los oscuros pasillos hasta la sala de rayos X. En pocos minutos me sacó dos placas y regresé a la primera habitación a esperar los resultados y a ponerme mi ropa. Estaba impaciente por saber los resultados. Nuevamente el tiempo se estiraba como si fuera de goma. Apareció el doctor con las placas en la mano y el enfermero que hablaba español, del cual ya no recuerdo el nombre. “No está quebrado”. Toda la tensión desapareció. Se trataba de un esguince de hombro. El médico me dio uno de esos pequeños vacitos de plástico, esos que aparecen en las películas cuando les dan pastillas a los enfermos psiquiátricos. Adentro tenía dos pastillas de ibuprofeno. Me las tomé con un vaso de agua que también me acercó. El enfermero me puso un “cabestrillo” que me inmovilizaba el brazo. El cabestrillo es una especie de manga donde se apoya el brazo y tiene una correa que se pasa alrededor del cuello y espalda, y se ajusta a la medida. Debería tenerlo una semana… SI, UNA SEMANA (que terminó siendo 2 días). Además de eso tendría que tomar ibuprofeno cada 6 horas, para lo que me hizo una receta. Eso no lo podía creer. Acá en Argentina te lo venden libre hasta en el kiosco y en EE.UU. te lo daban recetado. Me dijo también que con la receta podría comprarlo en la farmacia de ahí mismo, pero que abría en una hora. No me preocupé en lo más mínimo ya que en el botiquín que había armado para ese viaje había remedios para todo tipo de cosa, y por supuesto, el ibuprofeno no faltaba. Después de tanta amabilidad y buena atención, llegó el momento del pago. Volví a acercarme a la recepción donde la señora me preguntó cómo iba a pagar. Este pequeño servicio de atención médica solo iba a dolerme $220 dólares (incluía la consulta, las placas y el cabestrillo). Acá se ve reflejado la importancia de contratar una asistencia al viajero. Le di la tarjeta de crédito y todo lo demás fue solo burocracia. Una firmita por acá, otra por allá y me dieron el “alta”… ¿y ahora?. Muy cobardemente decidí volver al hotel. Era pasado el mediodía, con un sol impresionante y ni una nube en el cielo. Al llegar a la habitación con el brazo móvil que me quedaba, busqué los papeles de la asistencia al viajero. Había contratado Assist-med. No es muy conocida, pero cuando estaba buscando en la web era de las más económicas y realmente esperaba no tener que usarla. Debo decir que me sorprendió gratamente y la recomiendo 100%. Llamé al 0800, por lo que no pagué un centavo la llamada y tuve la opción para que me atiendan en español, un lujo. Le expliqué lo sucedido, me tomaron los datos, el número de voucher y me dijo que al regreso del viaje envíe escaneados los comprobantes y facturas de los pagos que había realizado (de lo que sea servicio médico, medicamentos e inclusive el cabestrillo), y al cabo de 15 días a 1 mes tendría el reintegro en mi tarjeta de crédito. Perfecto. Todo muy simple y solucionado. Volví a hacerme la pregunta: ¿y ahora?. Tenía casi todo el día por delante, claro que ese estaba destinado a hacer una actividad que ya no podría hacer. Decidí comer algo (sobras del dia anterior) y recorrer los miradores de Desert View Drive, que es algo que tenía pensado hacer al día siguiente cuando partiera hacia Monument Valley ya que me quedaba de paso.

Volví a agarrar el auto y a atravesar la ruta 180 hasta la 64, donde justamente empezaba la Desert View Drive. Estos miradores me parecieron aun más hermosos que los de Hermit Road. Estos son:

  • Yavapai Point
  • Mather Point
  • Pipe Creek Vista
  • Yaki Point
  • Grandview Point
  • Moran Point
  • Lipan Point
  • Navajo Point
  • Desert View Watchtower

Coronado por el mirador final donde encontramos una gran torre de vigilancia. Al subir hasta lo alto, se obtiene una panorámica única de semejante paisaje. Hacia la derecha divisé, a lo lejos, una colina un tanto extraña. La cima era recta, formando una especie de trapecio.

El ocaso era próximo, lo cual indicaba que era el horario de regreso. No sólo para no conducir de noche con el brazo roto, sino que, como ya dije antes, los colores del cañón van variando según la hora del día creando distintos paisajes entre luces y sombras.

Creo que me detuve en todos los paradores, sacando fotos al paisaje y autofotos, colocando el trípode… con una sonrisa de oreja a oreja por haber sobrevivido al Gran Cañón.

 

 

 

Entonces, de acuerdo a esta experiencia les dejo estos tips:

Llevar SIEMPRE un botiquín con las cosas básicas, ya sean analgésicos, desinflamantes, alguna pomada para quemaduras, lo necesario para cortaduras (desinfectante, alcohol, algodón, gasas, vendas adhesivas), etc. Es mejor ser precavido, más en este tipo de lugares. Tengan en cuenta que en EEUU hasta para comprar un ibuprofeno es necesario una receta firmada por un médico. Este tips vale para todo tipo de viajes.

Seguro de viajes: esto es fundamental. Sumamente importe. No sólo nos cubre cualquier tipo de gastos médicos, si no también demoras en aeropuertos, pérdidas de equipaje o roturas, etc. Recuerden que ir al médico por una simple consulta en el exterior, puede salir muy caro. En algunos lugares como por ejemplo Europa, ingresar al continente con seguro médico es OBLIGATORIO.

Llevar botellas de agua: si deciden hacer alguna excursión por su cuenta de senderismo o trekking, cuesta abajo, tienen que recorrer varios kilómetros para llegar a algún lugar donde conseguir agua potable.

Calzado adecuado: esto es sumamente importante. Por supuesto lo mejor son zapatillas tipo bota de trekking. En épocas invernales o cercanas al invierno, alguno que sea antideslizante. He visto lugares donde vendían Yaktrax, se trata de unos elásticos con ganchos que se colocan en la suela y se adaptaban a cualquier tipo de calzado. Esto es de lo mejor si hay hielo o nieve. En épocas de calor, les recomendaría llevar también calzado tipo botita. La serpiente de cascabel habita en el Gran Cañón. Si bien las mordeduras de este peligroso reptil no son tan comunes, es mejor estar alerta y mirar bien donde ponemos los pies, ya que su color se camufla fácilmente con las rocas y la tierra de esta zona.

Si les gustó este post no olviden comentar y compartir! 😀

Saludos y buenos viajes!!

 

GALERIA DE FOTOS

« de 2 »

 

Deja una respuesta