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Las mejores vistas de FLORENCIA: El campanario de Giotto

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Siete turistas estaban delante nuestro en la fila para acceder al campanario de Giotto. Cada uno completamente distinto al otro. La pareja de reconocible origen “yankie” encabezaba la cola, expectantes de que llegara su turno para ingresar. Parado junto al marco de la puerta, un guarda chequeaba en un pequeño aparato cuántas personas habían subido y cuántas bajado. Era mi segunda vez en Florencia, y la primera de quien me acompañaba, o mejor dicho: yo la acompañaba. Mi mamá, de 71 años (un dato fundamental para quienes tengan miedo de llegar a las alturas de este edificio), era primeriza en el continente europeo.

En mano, teníamos las entradas que había comprado por internet hacía un mes. En mi anterior viaje, había ascendido a la Cúpula de Bruneleschi, una experiencia única y agotadora, pero había dejado de lado el Campanario de Giotto, que también se encuentra en la maravillosa Piazza del Duomo. Eran cerca de las 10 de la mañana, el horario que había reservado, aunque también sabía que generalmente para subir al campanario nunca hay demasiada gente, o por lo menos no tantos como para la Cúpula. Para quienes quieran subir al Duomo, no está de más advertir que ahora es condición reservar la entrada con anticipación en día y horario. Los interesados deben adquirir los tickets por internet o en la taquilla, pero siempre con antelación, es casi imposible conseguir lugar para el mismo día.

La fila comenzó a avanzar y no tuve mejor idea que preguntarle a Teresa, mi mamá, si ella era claustrofóbica. En seguida me arrepentí de utilizar esa palabra. Al ver su cara, entendí que es un vocablo extremadamente fuerte, y hay que medir su uso, o solo nombrarlo en ocasiones totalmente límites. – ¿Por qué? – me preguntó, mientras sus gestos eran una mezcla de asombro y temor inminiente. Sin detallar demasiado, y mientras avanzábamos hacia el interior de la antigua construcción de 85 metros de altura, le expliqué que la ascensión, tanto del campanario como el de la cúpula del Duomo, era a través de empinadas y estrechas escaleras.

Tras pasar por el molinete y escanear las entradas, nos dirigimos hacia la escalera. Como había predicho, era un espacio bastante angosto, aunque mayor al que recordaba de mi visita al Duomo. Comenzamos a subir enérgicamente, pero sin perder de vista donde apoyábamos los pies. Por suerte delante nuestro no había mucha gente, tampoco bajando, ya que el camino de descenso es el mismo. Los escalones de piedra eran bastante oscuros, pero se distinguían perfectamente a pesar de la escasa iluminación. Cada tanto, sobre las rugosas paredes, aparecían huecos de respiración que dejaba ver el exterior, formando  preciosos cuadros, enmarcado por las formas irregulares, de las vistas de ciudad. En pocos minutos subimos la primera “tanda” de escaleras y llegamos al primer descanso. El lugar era cuadrado como de veía el edificio desde afuera. Sobre nuestras cabezas el techo se extendía, en perfecta simetría, una decena de metros hacia arriba, dejando ver las campanas que se mantenían suspendidas del techo. Recorrimos el primer piso. En cada una de las paredes se abrían dos arcadas altísimas, de claro estilo renacentista, con sus columnas torneadas y sus calados en formas de rosetas. 

Después de estar allí unos cuantos minutos, volvimos al ruedo. La segunda tanda, de los 414 escalones que conforman esta obra, eran un poco más chicos. Noté que mi madre desaceleraba el paso y supe de inmediato que había quedado sugestionada con mi comentario de la entrada. Me detuve a esperarla mientras tomaba algunas fotos a través de las ventilaciones. Para ser sincera, al estar bastante húmedo el día, el aire se sentía pesado y la respiración se dificultaba un poco.

El segundo piso del campanario era muy similar al primero, salvo que al adquirir mas altura, la ciudad de Florencia se veía cada vez más bella. Acá pudimos ver y tocar una de las campanas expuestas, que seguramente habrían estado en “funcionamiento” alguna vez. Eran enormes, más grandes que el tamaño “estándar” de una persona, y de un hierro color verdoso.

Nuevamente subimos más escaleras para llegar al siguiente nivel. En el tercer descanso, un curioso enrejado de unos 3 metros cuadrados ubicado en el piso, cubría el centro del lugar. Al acercarnos pudimos ver cómo los demás visitantes iban y venían de un lado a otro, por los anteriores pisos del campanario. Me acomodé lo mejor posible para hacer un video.

La simetría perfecta y las personas en movimiento generaban un efecto sensacional… pero ni les cuento el vértigo que me dio, fue peor que el de Hitchcock.

Un cartel de chapa junto a un oscuro hueco en una de las paredes, anunciaba que por allí se accedía a la terraza, y por allí nos metimos. El ascenso fue recto y luego en forma espiralada sobre unos escalones mucho más estrechos que los anteriores. Ahí si que no pasábamos dos personas a la vez, ni aunque quisiéramos. Estaba más oscuro que los anteriores pasajes, y todo parecía encogerse: la escalera, el techo, el espacio, el aire. Al llegar casi a la salida nos encontramos con unas cuatro personas aguardando que saliéramos para poder bajar.

El cuarto piso era más penumbroso. No había de los hermosos ventanales a los que estábamos acostumbrados minutos antes. Los únicos haces de luz entraban por dos pequeñas puertas, ubicadas una enfrentada a la otra, por donde se podía salir al exterior luego de subir 5 escalones más. Muchas personas descansaban sentados donde podían, algunos en las pocas sillas que habia, otros sobre las encimeras de piedra. Teresa, mi mamá, se sentó tomar un poco de aire, pero yo quería ver las vistas. ¿Ansiosa? para nada. Subí los 5 escalones y lo primero que vi fue un enorme frente de tormenta detrás el enrejado que perimetraba la terraza del campanario. Los nubarrones negros y relampagueantes ya estaban casi sobre nosotros. Me agarró un poco de miedo, estar a esa altura, tan expuesta, bajo una tormenta eléctrica. Vi el gran pararrayos que coronaba el centro de la construcción en la que estábamos, y mil imágenes surcaron mi cabeza. Rápidamente di la vuelta a toda la azotea. La vista de Florencia era magnifica, sobretodo de la Catedral de Santa María del Fiore, la Piazza Duomo y el Palacio Vecchio. A lo lejos, los puentes que atravesaban el río Arno, y entre ellos el vistoso Ponte Vecchio.

Algunas gotas me cayeron en la cara, sin embargo, al este de la ciudad, el sol se filtraba entre las nubes, enviando sus rayos con todas sus fuerzas. Regresé por mi mamá. Me parecía prudente, dadas las condiciones climáticas, que si quería ver el paisaje lo haga cuanto antes.

Esta vez la bola de fuego volvió a emerger con todo su esplendor, disipando nube alguna a su alrededor. Era una postal confusa y totalmente contradictoria con solo girar la cabeza.

Después de 20 minutos, unas 200 fotos y nada de lluvia, pero la tormenta intacta, comenzamos a descender. Siempre la vuelta es más rápida y más llevadera que la ida, y en este caso más que nunca, más allá de que teníamos que ir esperando a que  otros visitantes suban por las diminutas escaleras.

Para nuestra sorpresa cuando salimos por la puerta principal del campanario de Giotto llovía bastante, pero no importaba demasiado, estábamos preparadas.

Esta es sólo una de las vistas que ofrece esta increíble ciudad. Muy pronto les iré contando de las demás…
Saludos y buenos viajes!! 😀

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