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Isla Mujeres y un confuso episodio de ¿ajuste de cuentas?

  • Categoría de la entrada:MÉXICO

Siento dejar la segunda parte del titulo para el final del post, con el fin de contar los hechos de manera cronológica: Para escapar del hotel swinger de Cancún, en el que habíamos caído por equivocación, decidimos pasar el día en Isla Mujeres. Perder un día de “all inclusive” no nos hacia mucha gracia, pero realmente la playa del hotel donde nos encontrábamos tampoco era de las mejores como para poder aguantar “tanta fiesta”.

Después del abundante desayuno buffet, agarramos el auto y nos dirigimos a Puerto Juárez, uno de los lugares donde se pueden tomar ferrys hacia la Isla. En este lugar es más económico que saliendo de la Zona Hotelera de Cancún, el otro sitio desde donde también se puede embarcar. De todos modos eso será según la conveniencia de qué transporte tengan para llegar hasta el puerto o donde se encuentren alojados. En nuestro caso nos quedaba bastante cerca y teníamos auto de alquiler. Si no cuentan con auto, desde la Zona Hotelera pueden tomar el bus R-1 (8,50 mxn) que recorre el boulevard Kukulcán y los dejará a algunos metros de los muelles de Puerto Juarez. O como ya les decía, tomar el ferry desde la Z.H. en Playa Tortugas, El Embarcadero o Playa Caracol. Desde estos lugares la única compañía que zarpa es UltraMar.

De ninguna manera conviene contratar tour para esta salida, animensé a hacerlo por su cuenta.

Para los que vayan en auto, les cuento que en Puerto Juarez hay tres estacionamientos. El más económico es uno que se encuentra a 3 cuadras de UltraMar. Nos cobraron 50 mxn por dejarlo todo el día. Creo que estaban hasta las 9 de la noche, si mal no recuerdo. Si lo dejan en el estacionamiento de UltraMar les cobraran cerca de 150 mxn por 24 hs. Hay diferencia, ¿no?. Desde este puerto encontraran 3 terminales que ofrecen servicio de ferrys: Terminal UltraMar, Terminal Marítima de Pto. Juarez y Terminal Punta Sam. Cada una tiene sus pro y sus contras:

Ultramar: es la mas rápida y con mayor cantidad de horarios, pero también es la más cara. Salen cada media hora.

Terminal Marítima de Pto. Juarez: es la más económica. Salen cada una hora.

Terminal Punta Sam: es usada más que nada para transporte de carga.

Si bien es conveniente estar media hora antes de la hora estimada de partida, nosotros llegamos 10 minutos antes a sacar el ticket y pudimos embarcar sin ningún problema. Para no esperar elegimos viajar por UltraMar que nos salió 292 mxn ida y vuelta para los dos.

Eran aproximadamente las 9:30 hs. cuando zarpamos hacia la isla. Estaba un poco nuboso y al descubrirse el sol de a ratos, el color esmeralda del mar caribe se volvía aún más refulgente, dejando ver algunos metros en profundidad. Nos ubicamos en la parte superior del ferry, donde el viento y la bruma del mar nos acariciaba mientras un lugareño con su guitarra, brindaba un “show” musical solista.

Luego de 20 minutos el ferry ancló en el puerto de Isla Mujeres. Desembarcamos cual ganado yendo al corral. Atravesamos la pérgola que cubría las instalaciones portuarias y, apenas pusimos un pie en las calles de la isla, vendedores de todo tipo se abalanzaron tratando de vendernos todo tipo de cosas: tours, alquiler de motos o carritos, recuerdos, remeras, invitaciones a restaurantes, en fin. Aceleramos el paso hacia nuestra izquierda. Es una isla, no es muy difícil orientarse. En esa dirección se encuentra una de las playa mas bonitas de la zona. Al verla, ampliaría un poco más este concepto diciendo que es una de las mas hermosas de toda la Rivera Maya.

Playa Norte, como su nombre lo indica, se ubica en el extremo norte de Isla Mujeres. Su arena es blanca como la harina y el mar completamente transparente, y de una gama de verdes y turquesas sin igual. Lejos de la orilla una gran hilera de palmeras ofrecen una relajante sombra para quien no desee rostizarse al sol, y es que allí realmente pega fuerte. Varios hoteles y restaurantes prestan servicios de reposeras o camastros y sombrillas, con solo efectuar una consumición.

Dejamos nuestras cosas hechas un ovillo en la arena y nos acercamos a la costa. El agua estaba tan calma que parecía una laguna. Pusimos los pies y una sensación refrescante invadió todos nuestros sentidos. Nos adentramos de a poco, el contraste de la temperatura entre estar dentro o fuera del agua era bastante amplio. En seguida notamos que el nivel del mar nos llegaba hasta los hombros, y allí nos quedamos. De todos modos había una hilera de boyas marcando el límite permitido para bañarse. Estuvimos largo rato nadando y chapoteando, mientras observábamos las embarcaciones que se aproximaban al puerto. Cuando salimos del baño de salitre, nos tumbamos al sol para secarnos. Era muy agradable sentirlo en la piel unido a la brisa marítima.

Pasó un tiempo, no sé bien cuanto, pero creo cuando empecé a sentir que pronto me convertiría en un camarón, le dije a Gabi de seguir recorriendo la isla.

Seguimos en dirección norte, bordeando la costa. Un muelle de madera, algo descuidado, se abría paso en el mar. Subimos y fuimos hasta la punta. Una excelente panorámica obtuvimos desde esa perspectiva. Sacamos varias fotos para luego continuar con nuestro paseo.

La ribera se llenó de rocas semienterradas en la arena. Íbamos saltando de piedra en piedra, tratando de no resbalar, cuando advertimos que ya no podríamos avanzar por ese lugar. Una edificación costera instalada en la playa, sobresalía con una terraza abalconada sobre el mar. El techo de paja salvaguardaba las mesitas y sillas de plástico y la barra donde dos muchachos esperaban, sin mucho interés, a que un nuevo cliente se acerque. Subimos por una escalerita de cemento hasta el bar y nos sentamos en una de las mesas, era buen momento para unas cervecitas. Pedimos dos porrones y de paso la clave del wifi.

Después de dos cervezas cada uno decidimos seguir nuestro camino. El sol del mediodía estaba que pelaba. Eran aproximadamente la 1 de la tarde cuando dejamos la playa para investigar un poco la ciudad. Las callecitas de la isla estaban abarrotadas de construcciones bajas y coloniales, las cuales daban muy poca sombra como para aguatar semejante calor. Pensamos que la mejor opción para ese momento era rentar uno de esos carritos de golf con los que se desplazan los habitantes y obviamente los turistas.

Desde una esquina divisamos el cartel de un negocio de alquiler. Tiré de la puerta corrediza y una ola de aire acondicionado me heló hasta el cerebro. ¡Dios bendiga al aire acondicionado!. Pedimos un carro, hicimos el papeleo y nos cobraron de la tarjeta de crédito 200 mxn, por una hora de renta. Uno de los empleados nos acompañó afuera, donde ya estaba nuestro carrito preparado, y nos indicó como utilizarlo. Era muy fácil, acelerador, freno, fin. El autito no tenia ni ventanas ni parabrisa, era una especie de jeep con techo y no andaba más que a 20 km por hora. El muchacho nos especificó que hacer en el caso de querer dejarlo estacionado en algún lugar. Tendríamos que atarlo con una soga con candado. Yo no sé que tan peligrosa era esa zona, pero por lo menos se ve que son bastante cuidadosos.

La teoría decía que la isla mide un total de 16 km de circunferencia, por lo tanto si estábamos en el extremo norte, llegar hasta el sur sería algo de 8 km. de ida y 8 de vuelta. Si el autito podía ir a un máximo de 20 km por hora, era posible que en una hora podamos dar la vuelta completa.

Agarramos por la avenida principal, que es doble mano, llamada Av. Rueda Medina. Sentir el viento en la cara y los pelos revoloteando era encantador y atenuaba la alta temperatura. Aproximadamente 20 minutos tardamos en llegar a la punta sur.  Nos detuvimos, a contrarreloj, para observar el mirador luego de asegurar el volante del carro a uno de los tirantes que sostenía el techo.

Era un pequeño complejo con algunos restaurantes, baños semipúblicos, y alguna que otra tienda de recuerdos. Un especie de faro de madera no muy grande asomaba entre la vegetación. A su lado una gran estatua en forma de iguala o lagarto blanco, parecía custodiar la zona. Había leído que en la punta de este lugar se hallaban restos arqueológicos de civilizaciones antiguas, pero para llegar hasta allí, valió nuestra sorpresa, tendríamos que pagar 3 dólares. ¿Qué?, si, está bien, no era mucho, pero sinceramente al acercarnos lo más que pudimos, no visualizamos nada demasiado interesante como para pagar dicha entrada.

Usamos los servicios de toilette, por los cuales nos cobraron un dólar, e inmediatamente regresamos al carro. Estábamos al límite de tener que pagar un poco más de la hora, asique nos apuramos en dar la vuelta.

Retomamos por el otro lado de la isla, el que no habíamos visto. Tomamos por una avenida que bordeaba la isla. Un lugar bastante desolado, con pocas casas más humildes que las demás y algunas partes algo abandonadas. La vista al Atlántico era emocionante. Miré el reloj del celular controlando la hora, faltaban apenas 10 minutos para la hora de entrega y aún faltaba un par de kilómetros para llegar. Doblamos a la izquierda y volvimos a meternos en la ciudad de casas bajas.

— Para, para, paraaaaa — le dije a Gabi, quien frenó inmediatamente. ¿Todo para qué?. La señorita quería sacar una foto… y bueno soy así. Es que me conmovió una casita con su fachada pintada a mano, tiernamente decorada, llamada “Casa Chulita”, y es que ese era uno de mis apodos de pequeña. De un salto subí al carrito que arrancó a “toda velocidad”.

Eran las 15 en punto cuando estacionamos en la entrada del rental. Devolvimos el autito y nuevamente emprendimos camino a pie. El calor seguía igual de sofocante y el hambre atacaba ferozmente nuestras entrañas.

Si hay algo que no falta en México por ninguna parte es lugares para comer. Los pequeños localcitos que ponían sus mesas en las angostas veredas, estaban uno al lado del otro en la calle peatonal. Los platillos y precios estaban generalmente a la vista. Escogimos un diminuto restaurante, por el solo hecho de que en su menú había tortas de jamón, el plato favorito del Chavo del 8. Nos sentamos en una mesa sobre la vereda. Pedimos cerveza.

—No vendemos alcohol — dijo soprendentemente el dueño quien también atendía el lugar. Nos recomendó
que si queríamos podíamos comprar las cervezas en un kiosco y llevarlas allí para almorzar. Eso hicimos. A sólo una cuadra había un pequeño “vendedetodo” donde conseguimos dos latas bien frías por 12 mxn cada una. Retornamos al resto y volvimos a sentarnos en el mismo lugar. Miramos la carta y pedimos burritos. Ya era como un ritual pedir burritos, como si estaríamos buscando los mejores de toda la Rivera Maya. Debo decirles que no encontramos dos lugares en que los preparen de la misma manera.

Diez minutos después el hombre apareció con dos platos gigantes. Deliciosos, pero no los mejores… esos ya los habíamos probado en Tulum. Nos cobró sólo 120 mxn por los dos platos, lo cual era super barato.

Justo frente al restaurante un vendedor callejero cuidaba acalorado su puestito de artesanías. Vendía imanes, justo lo que necesitaba y 5 por 100 mxn me pareció un muy buen precio.

Era hora de un poco más de playa.

— Mirá mamá!, voy a meterme al agua a las 3 de la tarde y después de haber almorzado! — un chiste recurrente recordando la niñez y los miedos maternos.

La playa norte estaba más hermosa que antes y el agua más tibia. Era una tarde hermosa, por más que había algunas nubes en el cielo.

Pasadas las 16 hs comenzamos a caminar de regreso al puerto para tomar el ferry de las 16:20 hs.

Cuando llegamos, una larga fila de gente ya aguardaba el barco. El ascenso fue rápido y esta vez también elegimos la terraza descubierta superior. Nuevamente un solista nos deleito con covers de canciones de Enrique Iglesias y Carlos Vives, lo que hacia mas entretenida la vuelta a “casa”.

Cerca de las cinco de la tarde bajamos del ferry y atravesamos el hall de embarque para salir a la calle. Estábamos cruzando la avenida cuando de repente Gabi me da un tirón de la mano.

— Corré… ¡corré! — gritó arrancándome el brazo y haciendo que mis patitas comiencen a moverse a toda velocidad. No entendía nada. Sólo hacia caso a lo que mi novio me había dicho y trotaba a su par. Dos cuadras después aminoramos la marcha ya que nuestros pulmones nos pedían a gritos un respiro.

— ¿Qué pasa? — logré decir con la respiración entrecortada.

— ¿No viste lo que paso? — respondió incrédulo.

— No… — dije. Realmente no tenía la menor idea. No sé si iba demasiado relajada o qué, pero no había visto nada fuera de lo común.

Mientras seguíamos caminando Gabi me contaba que, en el momento que estábamos cruzando la calle, en la fila de vehículos que esperaban que se ponga el semáforo en verde, había un colectivo, una camioneta de alta gama y un auto. De este último bajaron cuatro hombres con armas largas, se acercaron velozmente a la camioneta y, apuntando a su conductor, le gritaban que abra la puerta. Lo que sucedió seguidamente no lo sabemos, ya que como les conté, corrimos como rata por tirante.

Unos taxistas descansaban plácidamente contra sus autos mientras charlaban vaya uno a saber de qué.

— ¿Podrían llamar a la policía?, recién se bajaron unos tipos con armas acá a dos cuadras, y apuntaron a una camioneta — les contó Gabi preocupado. Los hombre nos miraron de arriba abajo, sin demasiada reacción. Totalmente despreocupados nos dijeron que llamemos a un número que era el de la poli. Les explicamos que somos de Argentina y no nos funcionaba el teléfono allí. Se miraron entre si y uno saco del bolsillo su teléfono celular. Mientras hablaba con alguien del otro lado de la línea, le preguntamos al otro si esto sucedía muy a menudo. A lo cual dio a entender que era algo de todo los días.

Cinco minutos después ya estábamos a salvo en el pequeño Spark de alquiler. Salimos temerosos del estacionamiento. El único camino posible para volver al hotel era pasando justamente por el lugar de los incidentes. Ibamos despacio, mirando para todos lados, algo paranoicos. Cuando estábamos a una cuadra de aquel semáforo vimos que no había nada. Ni colectivo, ni camioneta, ni hombres armados, ni policía. Nada.

Para nuestra suerte fue un hecho que quedó así, con final abierto, sin saber exactamente lo que pasó.

Asique viajeros, anden siempre con cuatro ojos, no es para meter miedo ni nada por el estilo, pero es mejor ser precavido.

 

Espero que les haya gustado este relato con desenlace ajetreado.

Saludos y buenos viajes!!!!

 

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Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. OSCAR

    Hola, les comento que eso que vieron(ignoro en que año fué) es algo que en la riviera maya sucede a diario. Yo no soy de allá, yo vivo en el estado de Tamaulipas, acá en México, pero veo las noticias de Quintana Roo y Yucatán a diario y créanme, eso que vieron no es nada . Diariamente hay muertos, baleados, decapitados, desmembrados, obviamente no lo hacen frente al turista pero la sola idea de pensar que sucede en esas tierras de arena blanca y mar turquesa es aterrador. Gran contraste. En efecto, se llama ajuste de cuentas entre miembros del crimen organizado, que desde hace poco pelean a plomo y sangre por el control de la venta de drogas en esa zona de gran auge turístico y comercial. Y como en toda gran urbe, la inseguridad es el precio del progreso. No solo en México se ve eso, los medios no lo dicen pero Miami es algo muy similar. Allá en Cancún entre otros flagelos también se practica la extorsión o cobro por derecho de piso, los delincuentes te cobran una cantidad mensual si eres empresario. Con esa plata ellos financian sus actividades ilícitas y te dejan trabajar tranquilo, si no les pagas atente a las consecuencias. Pero bueno, uno como turista no debe temer a nada, las cosas malas pasan en todos lados.

  2. Vanessa

    Me encanto! Muy bien escrito, me senti de nuevo en Isla Mujeres.
    Que fuerte lo que vieron al final, pero como dice Oscar, es algo bastante comun. Lo “bueno” es que no se meten con turistas, eso pasa las personas involucradas con los narcos, politicos, etc.
    No le quita que es una region hermosa!

    1. vbernardez

      Hola Vanessa!! muchas gracias por tu mensaje!! 🙂 y si… por supuesto no quita que sea un lugar hermoso. Te mando un abrazo

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