Por la ventanita se veía todo el proceso del armado y cocción de los “kürtős kalács”. La mujer de delantal blanco envolvía unos cilindros de unos 15 cm. de diámetro con largos chorizos de masa. Luego los pintaba con manteca y los espolvoreaba generosamente con azúcar. Después los colocaba en un dispositivo donde giraban sin parar sobre un colchón de brasas. La masa se iba dorando rápidamente y comenzaba a desprender un exquisito aroma a caramelo y vainilla. Cuando estaba en su punto, lo sacaba del fuego y te preguntaba qué adicionales querías. Le pedí que lo sumerja en la fuente de coco rallado que estaba frente a mis ojos a través del vidrio. Lo rotó dos o tres veces por allí y lo sacó de su molde para meterlo dentro de una bolsa transparente. El cilindro dulce de 30 centímetros de largo parecía una chimenea humeante. Brian y yo empezamos a desmenuzarlo tratando de no quemarnos. El “kurto” se come caliente, o por lo menos así lo hacen los rumanos.
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Estar en la ciudad de Bran, en Rumania, era casi como un viaje en el tiempo a la Edad Media. El mercado a los pies del castillo más famoso de Transilvania mantenía las estructuras de madera y techos a dos aguas como en las películas ambientadas.
Cientos de turistas iban y venían manoseando las artesanías. A Drácula podías encontrarlo en lo que se te ocurra, desde remeras hasta tazas e imanes.
Mientras caminamos a la entrada del Castillo de Bran aclaremos algunos datos que hacen a este lugar.
El autor de “Drácula”, Bram Stoker, nunca estuvo en Rumania. Sin embargo, inspiró su historia en este castillo. A su vez, para la creación del vampiro tomó características de un príncipe rumano del siglo XV llamado Vlad Draculea. Las crónicas de la época dicen que éste era un ser despiadado, fanático de las torturas y muertes lentas; y que hasta degustaba la sangre de sus víctimas a la hora de la cena (qué agradable sujeto…). Se dice que a partir del siglo XVI fue más bien conocido como Vlad Tepes, que en rumano significa: Vlad, el empalador. Se imaginarán que este “mote” fue debido a que su método de tortura favorito era ni más ni menos, empalar vivos a sus enemigos.
Volvamos al camino.
El mercado atestado de gente. La calle empedrada. Los colores del otoño en todo el paisaje, como nunca antes los había visto, y la leyenda del Conde Drácula casi vivencial. El ingreso a la supuesta morada del vampiro era como en las películas: un camino de adoquines que ascendía por la pequeña colina verde culminada por el imponente castillo estilo gótico romántico. En el frente, a modo de “bienvenida”, estaba clavada en el suelo una cruz enorme llena de inscripciones en relieve. Una escalera bastante empinada conducía a la puerta de entrada en forma de arcada. Al cruzar el umbral, uno tal vez esperaba encontrarse con un lugar totalmente lúgubre, ¡estamos en el Castillo de Drácula!; pero lejos estaba de eso. Las salas en su mayoría eran bastante luminosas, de paredes blancas y techos y pisos de madera, al igual que el mobiliario. Alrededor de 60 habitaciones conforman el castillo, unidas por estrechos pasillos, escaleras y pasadizos. En el centro se hallaba un patio interno con aljibe. Se puede acceder o bien rodearlo a través de las galerías del primer piso, por donde se obtiene una hermosa vista de las torres.
Además del mueblaje renacentista, llamaba la atención la arquitectura completamente irregular y asimétrica. En uno de los cuartos estaban expuestas varias armaduras de la época; una corona Real encerrada en una vitrina; espadas, hachas y otras armas medievales, que por sus características, me imagino serían para los duelos a muerte
. Ya estábamos por dar fin al recorrido cuando de pronto la fila que seguíamos detuvo la marcha. Varios curiosos, inclusive nosotros, nos pusimos a husmear por la hendija de una puerta entreabierta que estaba semicubierta por un telón rojo de terciopelo. Y ahí estaban. Dos elementos de tortura medieval que formaban parte de una exposición que se pagaba aparte.
No es que quiera entrar en detalles morbosos, pero es realmente interesante para aquellos que quieran saber de qué se trata (el siguiente texto puede tener contenido sensible):
El primero se lo conoce como “Virgen de Nuremberg” o “La doncella de hierro”. Se trata de una especie de sarcófago vertical con dos puertas tan gruesas que sería imposible escuchar grito alguno. Por dentro alberga una cantidad considerable de estacas de hierro. El procedimiento era bastante sencillo y predecible: se metía allí adentro al acusado y se cerraban las puertas. Los clavos penetraban el cuerpo para generar una muerte lenta y dolorosa.
El otro artefacto era similar. Un “sofá” de madera con afiladas puntas en sus brazos, su respaldo, asiento y hasta donde colgarían nuestras piernas si estuviéramos sentados allí.
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Cuando salimos del castillo nos dirigimos hacia el parque que lo rodeaba. Las hojas amarillas y ocres formaban un colchón tan esponjoso sobre el césped, que daban ganas de tirarse allí a contemplar la fortaleza. Eso fue lo que hicimos.
Me imaginé como sería de noche, con la luna llena iluminándolo todo. O por qué no, una densa niebla envolviendo toda la atmósfera de la ciudad de Bran en una noche tormentosa y relampagueante. Supongo que esa es la “foto” terrorífica ideal del imaginario colectivo al escuchar la palabra “Transilvania” y a lo que sus historias y leyendas se refiere.
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Y ustedes, ¿creen en los vampiros?
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DATOS ÚTILES
💶 VALOR DE LA ENTRADA
Adultos: 40 LEI (€8,5)
Mayores (+65): 30 LEI (€6,5)
Estudiantes: 25 LEI (€5,5)
Entrada gratuita a personas con discapacidad y personas institucionalizadas.
Estudiantes y personas mayores deben mostrar ID.
⏰ HORARIO
Del 1 de abril al 30 de septiembre
Lunes – 12 a 18
Martes a Domingos – 9 a 18
Última admisión: 18 hs.
Del 1 de octubre al 31 de marzo
Lunes – 12 a 16
Martes a Domingos – 9 a 16
Última admisión: 16 hs.
🏰 DIRECCIÓN
Strada General Traian Moșoiu 24, Bran, Rumanía
📝 MÁS INFORMACIÓN: http://www.bran-castle.com/