La primera vez que había estado en Londres fue casi como una visita de médico: llegamos, revisamos un poco los puntos fuertes, diagnosticamos (al otro día) y así nos fuimos. No me volvió loca, ni me pareció que valga la pena volver, es la pura verdad. Pero como nunca hay que decir nunca. y tal vez a los 27 años se tiene otra visión que a los 32, llegó un día donde, por circunstancias de la vida (pongámoslo así porque es una historia un tanto larga), terminé sacando un pasaje a Londres.
Llegamos al aeropuerto de Heathrow pasado el medio día. Jime, una de mis mejores amigas venía de Buenos Aires, haciendo una escala en Roma y yo de Río de Janeiro. Sí, Río de Janeiro, Brasil (eso también es parte de la “larga” historia). Nuestros aviones aterrizaron en suelo británico casi a la misma hora y entre que hicimos los papeleos y nos encontramos, de repente eran cerca de las 2 de la tarde. Todo venía bien, sin mayores inconvenientes salvo estar una en la terminal 1 y la otra en la 4, pero como los viajes también están hechos de imprevistos descubrimos que la línea de underground “Piccadilli” estaba fuera de servicio. Esa misma era la que nos dejaba sin escalas en el “St. Christopher”, el hostel donde pasaríamos las siguientes 4 noches. Averiguamos cómo hacer para llegar ahora. Realmente tomar el metro en Londres no es fácil, pero tampoco es imposible. Con tener en claro a dónde vamos, el mapa del subterráneo en mano y la Oyster cargada es suficiente. La Oyster, para quienes no lo saben, es la tarjeta de transporte recargable para usar dentro de toda la ciudad; como la “SUBE” de Buenos Aires.
La cantidad de combinaciones que tendríamos que hacer por esa maldita linea fuera de servicio era inédita. Más que nada, lo incómodo, era el hecho de ir y venir con las valijas. Decidimos hacer solo tres combinaciones, bajarnos en London Bridge y continuar a pie. Desde allí teníamos que caminar unas 7 cuadras para llegar al Borough, en mi opinión, una de las mejores zonas para hospedarse en Londres.
Cuando salimos del underground no podía creer el día que hacía en la isla británica: el cielo estaba totalmente despejado de un azul intenso increíble y el sol se reflejaba sobre el Támesis, resplandeciendo contra las embarcaciones de todas formas y tamaños.
Las rueditas de mi valija de 19,5 kg. (pueden bautizarme como “la mujer que no entendía el concepto de ‘viajar liviano'”) parecían amenazar con salirse de su eje mientras daban pequeños saltos sobre la vereda de asfalto del London Bridge. Era la “hora pico” y el tránsito de personas nos lo recordaba. Diez minutos después estábamos haciendo el check in en el “St. Christopher”, un hostel bastante recomendable si buscan buen alojamiento, desayuno y juventud. Generalmente estos hostels, que son “cadena” en Europa, están ubicados junto a algún bar donde todas las noches pueden tomar un trago y salir de “fiesta”. La argentina que nos atendió en la recepción, nos dio una habitación en el 4to piso. Al bajar del diminuto ascensor me sentí en un laberinto al estilo Pac-man. Pasamos varias puertas, de pasillo en pasillo siguiendo las indicaciones de las paredes para encontrar la habitación 425. Cuando dimos con ella, después de ir y venir, de subir y bajar escaleras y encontrarnos varias veces “sin salida”, entramos al cuarto de mujeres donde había mínimo 7 “cuchetas”. Cada una tenía su cortina, su canasto metálico para las pertenencias importantes (siempre y cuando lleves un candado) y su estante con enchufes y luz propia. Sin perder un segundo, acomodamos nuestras cosas y nos cambiamos para volver a salir. Chequeamos las cosas que habíamos anotado para hacer ese día. Ya no quedaba mucho tiempo (me refiero a horas de sol), pero ver el atardecer desde una terraza nos parecía una excelente idea. Hay varios de estos lugares en Londres y el Sky Garden es uno de ellos.
Otra vez en la Borough High St. comenzamos a caminar nuevamente en la dirección de donde habíamos venido. Como dije, para mí es una de las mejores zonas para la estadía: es céntrico, hay mucha oferta de bares y restaurantes, tiene variedad de transportes y los precios están en la media, sabiendo que hablamos de libras, claro.
El edificio que alberga el Sky Garden es uno de los más modernos y altos de la ciudad, con sus 36 pisos y sus 160 metros de altura. Ya desde lo lejos llama enormemente la atención por sus vidrios espejados y su extraña forma futurista rectangular que comienza a ensancharse llegando a los últimos pisos. Realmente parece que alguien lo estuviera estrujando en su base y todo el “relleno” se haya desplazado a la cúpula donde está a punto de “reventar”.
Eran casi las 17 hs. cuando nos pusimos a hacer la larga cola que bordeaba el edificio. En sí, debo admitir que no sabíamos con certeza si estábamos en el lugar indicado, haciendo la fila correcta. Había leído que existían cupos limitados para la ascensión gratuita al Sky Garden pero también que podían hacer reservas. Sí, ya sé, lo más lógico y que cualquier ser humano con dos dedos de frente hubiera hecho es preguntar, pero no sé por qué dimos mil vueltas antes de hacerlo.
Se había levantado frío o tal vez estábamos medio destempladas a causa del cansancio de viaje. La fila casi no avanzaba, de vez en cuando pasaba alguna persona muy bien vestida que, a juzgar por su atuendo, parecía ser del “staff” del edificio. Estábamos a punto de desistir de entrar al Sky Garden, había pasado bastante tiempo y estábamos agotadas. Fue en ese momento de debate entre irnos o no, cuando vi una tienda de café justo en la vereda de enfrente, con un enorme cartel de “take away”. Casi sin pensarlo cruce la calle y me hice de dos cafés salvadores para mi amiga y para mí. Cuando íbamos por un poco más de la mitad de la reconfortante bebida la cola empezó a avanzar hasta que entramos triunfales al edificio. Era un hall super lujoso, de pisos de porcelanato color crema y para nuestra sorpresa estaba montada una especie de operativo de seguridad con escaners por donde teníamos que pasar todas nuestras pertenencias. Tras la luz verde de la máquina gris, pasamos al ascensor donde subimos rápidamente junto a unas 15 personas más hasta lo alto del piso 35. La puerta metálica se abrió y tuvimos que acostumbrar los ojos a la penumbra de la sala. Caminamos unos metros y pasamos por delante de una elegante joven que se encontraba detrás de un atril chequeando las reservas del restaurante. Nos detuvo amablemente para consultarnos si teníamos una y luego nos invitó a pasar sin ningún problema. El lugar era enorme, completamente vidriado y la luz que oscilaba entre fucsias y violetas rebotaba en el techo de vigas curvas que formaban un enrejado cuadriculado y también transparente. La vista que teníamos enfrente era magnífica; el cielo en el degradé del ocaso, las primeras estrellas apareciendo en el firmamento, Londres encendiéndose gradualmente y delineando sus edificios más emblemáticos. Desde el interior, la caprichosa construcción en la que nos encontrábamos sugería la visión que se obtiene en las naves espaciales que aparecen en las películas: ese semicírculo cristalino por donde se ve el espacio.
Dispersos por el salón había varias mesas y “livings” ocupados por parejas o grupos de no más de 5 o 6 personas. En el centro, una barra bastante amplia, si de alcohol hablamos, era atendida por tres barmans que no paraban de agitar sus cocteleras y mezclar distintas bebidas. Nos arrepentimos un poco de no haber llevado un “outfit” más adecuando para la ocasión, ya que el “código” parecía ser el elegante sport. Frente a la barra, un poco más cerca de la excepcional vista, habían montado un pequeño escenario donde un quinteto interpretaba un éxito tras otro de la gloriosa época de los 80’s y 90’s, y por qué no, algún Beatle más que indispensable.
Todo era perfecto, pero aún había más; y es que falta detallar el por qué del nombre de este increíble “jardín del cielo”. En ambos laterales, dos escaleras de un ancho considerable, bordeaban dos enormes jardines de invierno que albergaban una cantidad y surtido insólito de plantas, arbustos, flores y palmeras. En el piso superior es donde se encontraba el restaurante, ubicado como si fuera un gran balcón a semejante espectáculo.
Después de recorrer todo el lugar, la misión casi imposible fue encontrar dos lugares donde sentarnos. Había muchos grupitos parados, charlando y bebiendo sus cocktails, pero nosotras no nos resignamos en la búsqueda y terminamos consiguiente dos taburetes en la barra. Coincidimos en que el trago de la noche en la ciudad británica tenía que ser el Gin Tonic. Casi sin mirar el precio, y es que Londres es tan caro para nosotros que estando en ese lugar ni siquiera era necesario amargarse, pedimos dos sabiendo que sería todo lo que tomaríamos esa noche.
Lo que en definitiva aconteció aquella primera noche en la capital británica fue una interesante e íntima charla, buena música, un gin tonic espirituoso y una vista extremadamente inspiradora, digna de una escena de película.
¿Qué si les recomiendo este lugar?
Y a ustedes qué les parece…
📍Cómo llegar
🚂 En tren: London Fenchurch Street es la estación de tren más cercana, 4 minutos caminando.
🚇 En metro: Monument Station es la más cercana, a 3 minutos a pie. Bank a 5 minutos y Tower Hill a 7.
🚌 En bus: Líneas 40, 15, N15, 761, 762, 763, 35, 47, 48, 149.
🕘 Horario
- Lunes a miércoles de 7 am a 12 am
- Jueves a viernes de 7 am a 1 am
- Sábados de 8 am a 1 am
- Domingos de 8 am a 12 am
📝 Recomendaciones
✅ Chequear la web antes de ir porque puede haber eventos privados.
✅ La hora del atardecer es la mejor para estar en el Sky Garden, pero vayan con tiempo porque también es la más concurrida. Lo mejor es reservar un lugar a través de su web, de manera gratuita ACA
✅ Para consultar las reglas de seguridad, como por ejemplo con qué se puede acceder y con qué no al edificio, pueden hacerlo en su web.