La primera vez que pisé Roma, hace ya casi cuatro años, uno de los motivos de mi visita, y con esto coincidiré con la mayoría, para no decir ‘con todos’, fue ver con mis propios ojos una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno: el Coliseo Romano o Anfiteatro Flavio, como fue originalmente llamado.
Como decía, pienso que las primeras veces son las que quedan en la memoria, como esa primera impresión que nos da una persona cuando las conocemos, o el sabor de algo nuevo sobre nuestro paladar. Así transcurrimos infinitas (o eso espero) de “primeras veces” en la vida. Y para los que todavía no tuvieron su primera vez en Roma, frente al Coliseo, se están perdiendo una de esas que los deja sin aliento por largo rato. La fachada es realmente imponente, sí, pero considero que el interior necesita ser visto sin excepción. Y no solo el Coliseo, sino todo el Foro Romano es una puerta que teletransporta al pasado, al principio de los tiempos y a una parte fundamental de la historia de la humanidad.
Desde aquel Octubre de 2013, quedé con la imperiosa necesidad de poder explorar la parte más oscura del Coliseo, aquella que vemos en las películas como “Gladiador” y que, con el ticket sencillo de entrada, no podemos acceder. No olvidemos que allí se desplegaron durante cinco siglos, una cantidad descomunal de luchas entre gladiadores y animales salvajes, con la única función de entretener al pueblo y a sus gobernantes. Se calcula que más de un millón de personas murieron entre las paredes de este anfiteatro, hasta el momento que dejó de utilizarse para tal fin y pasó, paradójicamente, a manos de la Iglesia Católica. Sí, aunque no lo crean, el Coliseo terminó convirtiéndose en una iglesia, y todavía quedan algunos vestigios que prueban su cambio radical.
Lo que voy a contarles a continuación son los detalles de esta experiencia que pude llevar a cabo en mi tercera visita a la metrópoli. Hace ya algunos años que, durante un período de noches seleccionadas, generalmente entre marzo y diciembre, el Coliseo abre sus puertas bajo la luz de la luna. No muchos conocen acerca de esta interesante y fascinante experiencia que merece la pena ser contada, pero sobre todo vivirla.
Lo primero que vamos a destacar es que los cupos son limitados (no más de 30 personas), por lo tanto lo recomendable es sacar las entradas por la página web y con anticipación (http://www.coopculture.it/). Esto es totalmente gratificante, quien haya estado de día en el Coliseo, sabrá apreciar la cita a solas con él. El segundo item, que es realmente para aplaudir, es que la visita es guiada y con la posibilidad de elegir entre tres idiomas, siendo así separados los horarios: primero en italiano, luego en inglés y el último turno en español.
Esa noche, nos acercamos al anfiteatro alrededor de las 8 para canjear el voucher que nos había llegado por email en el momento de la compra, por las entradas definitivas. Rodeamos el Coliseo hasta dar con el acceso que linda con el Foro Romano, el mismo por donde luego se accede. La fila era mínima y en 5 minutos obtuvimos los tickets. Para hacer tiempo, o mejor dicho, aprovecharlo, fuimos a cenar y esperar que se hagan las 10:20.
Comimos muy bien y por un precio acorde a las circunstancias, con eso me refiero la calidad y tener de fondo semejante monumento histórico. El restaurante era sencillo, con mesas sobre la vereda, desde donde se obtenía una vista magnifica. En general, todos los resto-bares que se ubican sobre la Via di S. Giovanni in Laterano siguen la misma linea de precios razonables y buena comida. En nuestro caso pedimos un calzone de jamón, muzzarella, hongos y tomate, y una ensalada bien completa, estilo griega, con una buena cucharada de yogurt encima. Y lo más sorprendente de todo fue cómo nos sirvieron el pan: de repente apareció el camarero con los dos platos, en uno la ensalada y en el otro una especie de pizza inflada, a lo que pensé que era mi calzone. Cuando lo pincho para empezar a cortarlo, comienza a desinflarse y, desilusionada, me doy cuenta que por dentro estaba vacío. Ese estilo de pan árabe era sólo para acompañar el suculento plato de vegetales. También pedimos dos cervezas chicas “alla spina” (cerveza tirada o de barril), que realmente me pareció lo más caro. Gastamos en total 22 euros entre las dos.
Cuando terminamos de cenar, aún faltaban 20 minutos para las 10:30 y decidimos tomar un café pero en otro de los bares de la zona. Eso si nos dolió, porque 3 euros un “cafecito”, chiquitito, como lo toman los italianos, me parece un robo. Pero bueno, no teníamos ya demasiadas opciones y estábamos a contrarreloj.
Alrededor de las 10:30 nos encontrábamos nuevamente frente a una de las inmensas arcadas por donde se lograba el ingreso. Nos pegamos a forma de identificación, sobre la ropa, los stickers que me habían dado cuando retiré los tickets, los mismos indicaban el idioma del tour y el horario. Solo con eso accedimos detrás de unas pocas personas que estaban haciendo la fila, en su mayoría argentinos, que se notaba por el “acento”. Luego de pasar por los scaners que verificaban nuestras pertenencias, nos detuvimos frente a una de las escaleras principales y pocos minutos después, una mujer de descendencia africana se presentó como nuestra guía. Ahí comenzó la aventura.
Era una noche espectacular, totalmente despejada, el cielo repleto de estrellas y la temperatura fresca pero agradable. No se podía pedir más. Subimos la primera escalera, esa misma que había subido por la mañana, ya que habíamos hecho la visita diurna ese mismo día, con la diferencia de que esta vez, éramos sólo 20 personas. Nos acercamos a la baranda del estadio, esa que está justo frente a una enorme cruz. Allí fue la primera parada para conocer un poco de historia. Nos enteramos que el Coliseo se comenzó a construir en el año 70 d.C y la obra concluyó 10 años después. Los datos que prosiguieron a esta información fueron acerca de la arquitectura y las dimensiones de tremenda obra: más de 48 metros de altura y su forma elíptica de 187 x 155 metros, contenía una capacidad para cincuenta mil espectadores. Sumado a estos datos, describió un poco la linea de tiempo desde su creación hasta la actualidad, contando, lo que más arriba les decía, acerca de que el Coliseo durante la Edad Media, fue transformado en una iglesia, es por eso que justo frente a nosotros aun se conserva plantada e inamovible esa cruz. Por eso también es que hoy en día, aún sigue siendo el punto de partida del Vía Crucis en Semana Santa.
Una vez que habíamos tenido esta introducción, estábamos preparados para acceder a “la arena”. Bordeamos el anfiteatro y entramos de lleno en ella. Esta porción que ha sido restaurada de lo que era el antiguo piso que cubría los subterráneos, esta hecha de madera, el mismo material que la original. En su entonces, las tablas estaban cubierta de arena y de allí procede su nombre. La perspectiva que se obtiene desde ahí refleja la inmensidad de este particular escenario en el que nadie, salvando la actualidad, hubiera querido estar. La guía nos cuenta que, en algunos años, es probable que se restaure por completo, algo que nos deja con un sabor amargo, ya que, por lo menos para mi, ese lugar no sería lo mismo sin poder ver los subterráneos.
Antes de bajar a esta parte tan esperada, caminamos unos pasos hacia nuestra izquierda para observar una especie de trampera en el suelo. Un hueco cuadrado calado en la madera de la arena, de un par de metros, con un enrejado, también de madera, que descendía hacia los subterráneos pero se veía desde la superficie. Se trataba nada más y nada menos que de una recreación de los montacargas por donde ascendían los animales salvajes hasta la arena. Cuando terminó de contarnos sobre esto, nos dirigimos hacia la salida.
Junto a la fachada moderna, una pared de ladrillos nueva que se creo para instalar el ascensor, además de servir de soporte a la vieja, nos detuvimos nuevamente para observar una escalera de peldaños de mármol celosamente cercada, para ser preservada por encontrarse totalmente en estado original. La guía nos hizo levantar la vista hasta una placa puesta por el Papa Benedicto XIV en el año 1750, debajo de la cual se ve una imagen de Cristo, bastante imperceptible, tallada en la piedra, como otra evidencia de que lo que nos había relatado al principio de la excursión. Acto seguido comenzamos el descenso por una amplia escalera de metal hacia el inframundo subterráneo. Una emoción adrenalínica me recorría el cuerpo mientras observaba las paredes y techos que me cubrían, sintiéndome como Howard Carter antes de descubrir la tumba de Tutankamón. Estando ahí abajo, en ese especie de túnel del tiempo, lo único que quería era apaciguar los murmullos y los sonidos de los calzados sobre el metal, para así escuchar con más atención el viento correr entre aquellos callejones arcaicos, o el goteo rítmico que aún no develaba su fuente, o, por qué no, la quietud de la noche con los miles de insectos y seres que poblaban aquella obra maestra. Al tocar fondo, llegamos a un corredor con varios arcos iluminado por luces desde abajo hacia arriba.Es increíble como la luz no siempre puede sacar lo siniestro de algo, sino, en este caso, acentuarlo enérgicamente. Por un segundo sentí un poco de claustrofobia, o tal vez habrá sido pura sugestión al enterarme (y si se piensa es algo bastante lógico), que esos arcos bajo los cuales estaban nuestras frágiles cabezas, no sólo tenían casi 2.000 años, sino que su construcción fue hecha por encastre de las piezas (“piezas” para no decir bloques de piedra maciza de toneladas y toneladas), por lo tanto la estructura no tiene ningún tipo de pegamento, cemento o nada que se le parezca, solo el mero hecho de estar a presión unas con otras, conteniendo en el medio de cada arco una pieza en forma de trapecio, siendo ésta la “pieza maestra” del rompecabezas, valga la ironía.
Luego de enseñarnos esta pequeña particularidad, avanzamos hacia el fondo del túnel, adentrándonos en la oscuridad de los subterráneos.
A nuestra derecha descubrimos de dónde venía ese ruido a agua, y es que justo ahí se halla unaespecie de canal de desagote que, para nuestra sorpresa, era utilizado por los romanos para evacuar el Coliseo cuando este era inundado para llevar a cabo asombrosas batallas navales.
Desde ese lugar se podía observar en penumbra todo el laberinto de muros que se alzaba frente a nuestros ojos. La humedad y el frío tenían una presencia más fuerte ahí abajo, haciendo un escenario aún más lúgubre.
Nos dirigimos ahora hacia la izquierda donde hace poco tiempo recrearon el sistema de ascensores con los cuales los romanos subían a las bestias salvajes a la arena. Les llevó bastantes años descubrir cómo era este mecanismo de poleas, pero la investigación de varios instruidos en la materia tuvo su fruto cuando pudieron reproducir esta impecable estructura. La guía nos explicó cómo funcionaba, pero lo que no nos contó es que, para armar semejante estructura, tuvieron que ingresarla con una grúa, elevándola a más de 60 metros por encima de las paredes del anfiteatro y colocarla, con el operario de la máquina casi a ciegas, en el lugar indicado. La operación fue todo un éxito, pero con un riesgo demasiado alto ya que, si algo salía mal, hubiera sido un verdadero desastre.
Terminando con esto, volvimos hacia las escaleras y subimos al tercer piso, desde donde se obtiene una vista increíble y se puede apreciar mucho mejor la forma oval que tiene el edificio. Allí tuvimos varios minutos para poder tomar fotografías y desplazarnos “libremente” por los miradores, finalizando con esto nuestra noche en el Anfiteatro Flavio.
Hay que dejar en claro que esta visita también puede hacerse también de día…
Pero de noche… de noche es impagable.
Espero que hayan disfrutado de este post, y no duden en hacer esta excursión si tienen la posibilidad de hacerla!
Saludos!!
PD. Para los fotógrafos o aficionados a la fotografía: recuerden que no se puede ingresar con trípodes.