Dicen que República Checa es sinónimo de cerveza y comprobé que mucha razón hay. Más barata que el agua, cinco maneras de servirla, marcas como para llenar góndolas enteras y estilos para todos los gustos. Bares y pubs la sirven filtrada, sin filtrar; algunas sin pasteurizar; más fermentadas, otras menos; pero todas merecedoras de ser probadas. Si buscan precio, el supermercado siempre es el mejor lugar, pero no es donde encontraran mejores. Si de tradición cervecera hablamos, es necesario destacar una autentica “checa” en particular. Hablo de la cervecería Pilsner Urquell. Y para eso ¡qué mejor que dar una vuelta por su fábrica!
Primero quiero decir que, habiendo estado en Irlanda y hecho el tour de la cervecería Guinness, realmente el de Pilsner Urquell me resultó muchísimo más interesante. En el recorrido, no solo aprendimos sobre la historia de la cervecería, sino que nos mostraron todo el proceso de elaboración de principio a fin, sin guardar ningún secreto.
La Cervecería Pilsner Urquell se encuentra en la ciudad de Pilsen, a casi 100 km de Praga, sobre la rivera del río Radbuz. Se puede llegar en tren o bus, saliendo de la estación central de Praga y se tarda aproximadamente una hora y media. El pasaje es bastante económico, aproximadamente € 8 ida y vuelta. Sobre Pilsen como ciudad sinceramente no tengo demasiado que decir. El centro histórico es muy chiquito, con varios restaurantes y bares donde pueden probar comidas tradicionales. En pocas horas se recorre fácilmente. La recomendación fundamental es no iren día domingo, prácticamente está todo cerrado.
Ahora vamos a lo importante. Pilsner Urquell ofrece varias experiencias en sus instalaciones. Pueden chequearlas en su página web https://www.prazdrojvisit.cz/en/ y también adquirir los tickets con anticipación. El tour tradicional dura una hora y veinte aproximadamente. Las visitas son guiadas y pueden hacerse en inglés, checo, ruso, francés o alemán, todos los días en varios horarios dependiendo del idioma.
Todo comienza al traspasar la puerta de dos arcadas que fue construida en conmemoración por uno de sus aniversarios. La primera impresión fue estar en Los Ángeles, en los mismísimos estudios de la Paramount Pictures o Warner Bros: a la derecha, un edificio de dos pisos en colores pasteles, decorado con una hilera de farolitos negros que cuelgan de sus paredes; en el fondo, dos galpones enormes y techados por donde se asoma, a lo lejos, una torre de agua en forma de faro; a la izquierda, dos chimeneas de ladrillo hacen que el edificio que está a sus pies, pueda llamarse “fábrica” para el colectivo imaginario. Junto a este, más cercano a la entrada, se encuentra otra construcción a dónde hay que dirigirse en primera instancia. En ese sector tendrán que anunciarse. Hay lockers gratuitos para dejar las pertenencias e ir más livianos. Les recomiendo quedarse con algún abrigo, ya que algunos sectores son realmente fríos.
El grupo de visitantes es pequeño, lo que hace más personalizado el paseo. George, nuestro guía, comienza por el principio: la historia de cómo y cuándo se creó la cervecería. Sobre la pared, detrás de un vidrio, el mapa de la ciudad de Pilsen pertenece al año 1842. En ese entonces, estaba compuesta de unas pocas manzanas. Junto a este mapa, una lista de las personas que en ese año se dedicaban a hacer su propia cerveza. ¡Prácticamente toda la ciudad elaboraba su propia birra! Sin embargo, ninguna era lo suficientemente buena. Esto desencadenó en que muchos se asociaran con el sueño de fabricar una mejor cerveza. Así nació Pilsner Urquell, siendo la primera cerveza pale lager estilo Pilsner: dorada, de sabor y aroma amargo debido al lúpulo y de fermentación baja.
Luego de esta primera introducción, salimos del edificio y nos dirigimos a pie hacia uno de los galpones del fondo. Mientras el guía nos va contando acerca de qué se hace en cada edificio, un bus verde ploteado con la incripción y logo de la marca, pasa a buscarnos. Obedientes le mostramos el ticket de acceso al conductor y subimos al micro. Con la misma emoción que en un viaje de egresados nos sentamos cerca de las ventanas, como si el viaje fuera a durar más de 8 horas.
El bus dio la vuelta y atravesó una reja dejando atrás los galpones. El parque industrial era mucho más grande de lo que había imaginado. Después de 3 minutos, el bus se detuvo en un gran edificio. Nuestra primera parada. Las puertas vidriadas se abrieron. Estábamos en la planta de lavado, embotellado y embalaje.
George nos cuenta que en Pilsen Urquell elaboran también otras marcas de cerveza, como Kozel o Gambrinus, las cuales pertenecen a la misma compañía, y que también ofrecen esos servicios a terceros. Inclusive a algunos dedicados al negocio de la sidra.
Miles de botellas verdes eran transportadas en las cintas de enormes maquinas metálicas y atravesaban los distintos procesos. Alrededor de 120.000 botellas son llenadas ¡por hora! Todo esto lo vemos desde una pasarela vidriada en el primer piso. El calor y la humedad del ambiente me empañaban la lente de la cámara y generaba un fuerte contraste con los dos grados que hacían en el exterior.
Cuando salimos de esta planta, el bus estaba esperándonos. Subimos y bajamos al cabo de unos minutos junto a otro edificio. La parte más importante del tour había empezado. Como si fuera un cuartel de espías secreto, George abrió la puerta de acero pasando una tarjeta por un sensor. Ingresamos a una habitación, la cual comenzó a elevarse. El ascensor tenía una capacidad para 72 personas. El más grande de República Checa, dijo el guía. Me recordó al de “Charlie y la fábrica de Chocolate” porque se podía ver el exterior a través el vidrio.
En el segundo piso se encontraba la sala multisensorial. Un lugar súper didáctico donde aprendemos todo acerca de la elaboración de la cerveza utilizando los cinco sentidos. En la primera parada, probamos y tocamos la cebada y la malta. Luego, a travez de unos microscopios pudimos observar la levadura en proceso de fermentación. Avanzamos un poco más y nos colocamos frente a tres maquinas de molienda. Cada una de ellas tenía en su interior distintos tipos de lúpulos prensados. Al girar la manivela de cada una, salían despedidos en forma de pequeñas partículas. Sólo teníamos que poner la mano en la boca de la maquina y esperar a que este polvillo caiga para poder degustarlo.
Como no podía ser de otra manera, todo el ambiente olía a cerveza. Después de catar los causantes del amargor de la cerveza, nos adentramos en una especie de cueva artificial. Aquí oímos el agua correr entre las grietas y es que este era un elemento fundamental en la preparación.
Pasamos a la siguiente estación donde se hallaban los tanques de cocción: unos enormes embudos de bronce invertidos.
Luego de la explicación, el guía abrió un portón de madera en forma de arcada. Hasta ese momento no me había percatado de que habíamos descendido en el interior de la fábrica. Como digo, hasta ese momento, porque detrás de esa puerta se abrió un laberinto subterráneo de una magnitud inimaginable. Comenzamos a avanzar. Sobre nuestras cabezas colgaban lámparas cada algunos metros cuya luz rebotaba en los charcos que habías bajo los circuito de tuberías. La humedad y el frío del ambiente se hacía sentir, inclusive más que en el exterior.
Atravesamos otra puerta y entramos en una sala que olía a levadura. Habíamos llegado al lugar de la fermentación. Gran cantidad de barricas de madera eran las encargadas de este proceso. En esta instancia, George nos contó acerca de los tiempos y secretos de la fermentación.
Continuamos abriéndonos camino entre barricas apiladas… allí, junto a un grifo que salía directamente de una de ellas, un empleado de la fábrica nos esperaba para la degustación. Cerveza sin filtrar y altamente recomendable. Agarramos un vaso de una caja e hicimos obedientes la fila para que nos sirva. La bebida dorada salía de la canilla en un chorro continuo mientras intercambiaba los vasos cuando llegaban al punto máximo.
Caminamos unos metros más y nos ubicamos detrás de unas barricas que estaban paradas, usándolas como mesas. Allí y de esa manera terminaba la visita a la fábrica Pilsner Urquell.
Solo quedaba alzar el vaso y gritar: Na Zdravi! lo que significa ¡Salud! en checo 🙂
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