Más allá de que varias cosas son costas en New York, es posible hacer muchas actividades sin la necesidad de empeñar un riñón. Una de ellas que quería hacer sin dudas era tomarme una cerveza escuchando bandas de jazz autóctonas. Antes del viaje y seleccionando un poco, por ahí por nombre o vaya uno a saber que, marqué varios lugares guíandome por comentarios de internautas. No tenía ni la menor idea cual sería el mejor lugar, pero hice una lista de los “imperdibles”.
Llegó el día destinado a escuchar música, luego de habernos recorrido todo el barrio de Chelsea y Flor y yo estábamos realmente cansadas de caminar. Eran cerca de las 8 de la noche cuando llegamos a Fat Cat en Greenwich Village. No sabíamos muy bien con qué íbamos a encontrarnos, pero nos gustó la descripción: bar jazzero en sótano, tragos, juegos y música en vivo. Sin embargo, estoy segura que lo que más me atrajo fue su nombre y el simpático logo de un felino bigotudo con cola de trompeta. Además que habíamos comprobado en su página web que ofrecían shows todas las noches, o sea, no podíamos fallar.
Bajamos las empinadas escaleras casi a oscuras hasta donde se encontraba un misterioso hombre con un talón de entradas. Pagamos 3 dólares y nos colocaron una pulsera y un sello en la mano. ¿El sello? siiii, era el gato del logo. Traspasamos un telón negro y otro mundo se abrió ante nosotras. A nuestra derecha la barra atestada de gente pidiendo sus bebidas. Frente a ella varios cubículos, y más allá, algo parecido a un living frente a un escenario improvisado donde estaba tocando una banda. Más apartadas, mesas de shuffleboard, ping pong y pool. El murmullo de la gente se mezclaba armoniosamente con la música, creando un clima sensacional. La luz era tenue y sectorizada. Era de esos lugares que, por lo menos a mi, ¡me encantan!. Un antro en Nueva York, ¿qué más se puede pedir?.
Nos sentamos en uno de los cubículos donde ya estaban sobre la mesa las cartas de bebidas. Flor se ofreció a acercarse a la barra a pedir. Cervezas tirada para empezar, pensé, mientrar recorría con la vista los nombres. El precio variaba entre 4 y 9 dólares la pinta, según el tipo de cerveza. Comencé por la de 4, rubia y común, y Flor se pidió un mojito. Le pedí que también trajera algo para comer ya que hacia rato no ingeríamos nada y el alcohol no es muy amigo de un estomago vacío.
Casi 10 minutos después, mi amiga apoyó sobre la mesa que tenía pintado un tablero de ajedrez, el refrescante vaso de liquido ambar y espumoso.
— No hay comida, sólo snacks — dijo Flor decepcionada abriendo un paquete de unos extraños nachos picantes de maíz — Lo que me dijo el de la barra es que si queremos podemos comprar afuera y traerlo acá. Hay una pizzería enfrente.
Magnífico! Mejor imposible. Nuevamente mi amiga me dijo de subir ella a la superficie en busca de una de muzzarella. Supongo que como ella habla mejor inglés, yo siempre acepté a que sea la encargada.
Brindé con ella por nuestra última noche juntas en NYC. Al otro día por la tarde, ella regresaría a Buenos Aires y yo me quedaría dos días más en la Gran Manzana. Tomé un sorbo de mi vaso. No estaba nada mal. Tomé uno de los extravagantes snacks y lo miré de arriba abajo antes de metérmelo en la boca. Era de color amarillo casi blanco, y al verlo caí en que, al ser de maíz, parecía un pochoclo (palomita de maíz). Es más, eran como hinfladitos y el sabor era similar, salado… y picaaaanteee!. No hay problema! me encanta el picante.
Flor fue en busca de la pizza y cuando regresó mi vaso había bajado casi hasta la mitad de su contenido. Abrimos la caja de pizza que contenía una gran y vistosa porción individual, que en realidad eran como 3 porciones y que costó sólo dos dólares. La banda que tocaba en vivo había terminado hacía un rato y la gente se había dispersado dentro del sótano. A las 22 comenzaría a sonar la próxima.
Mientras comiamos y tomabamos nuestras bebidas, observé a mi alrededor. Muchos había optado por los juegos de mesa como damas, backgammon y scrabble. Sobre la barra, unos carteles indicaban los precios. Por un dólar por personas se podía acceder a cualquiera de esos juegos, por tiempo ilimitado. Ahora el pool, ping pong y los de ese tipo, 7 dólares la hora y por persona.
Con la panza llena, pero la garganta aun sedienta pedimos dos pintas más, esta vez una un poco más fuerte. Nos levantamos del cubículo y nos dirigimos al “living” para esperar que empiece la banda siguiente en primera fila. Nos sentamos en en un viejo sofá de tres cuerpos, un poco destartalado, pero cómodo al fin.
Quince minutos después comenzaron a armar y probar sus instrumentos, y a las 22 en punto empezó la función. Realmente fue genial… pero veanlo en este video con sus propios ojos:
Fat Cat es un lugar que deben visitar sin dudas si se encuentran en NY, cumple con todas las condiciones BBB.
Dirección: 75 Christopher St, New York
Horario: Lunes a jueves de 2 pm a 5 am. – Viernes a domingo de 12 pm a 5 am.
Espero que les haya gustado este pequeño post!
Saludos y buenos viajes!!! 😀