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“Andarás bien por la 66”

  • Categoría de la entrada:costa oeste

Me desperté temprano. 545 km me separaban de mi próximo hotel, en la ciudad de Kingman, pero no sin antes “rodar” unos kilómetros por la Madre de todas las rutas… la RUTA 66.

Junté todas mis cosas que estaban desparramadas por la habitación, siendo lo suficientemente silenciosa como para no despertar a mis compañeros de cuarto con las que había tenido un pequeño altercado la noche anterior. Y es que yo no tenía la culpa de llegar a las 4 de la mañana y que ellas, borrachas, hayan cerrado con llave desde adentro, dejándola en la cerradura. Yo tener que molestar al guarda y que este, harto de golpear sin ninguna respuesta, casi tire la puerta abajo. Por suerte no llegamos a eso. Pero me tuve que bancar la mala cara y quejas de la yankee cuando abrió de par en par para dejarme entrar. En fin… volvamos a lo importante:
Bajé apresuradamente y me dirigí hacia la parte del hostel donde servían el desayuno. Dejé todo medianamente acomodado como para, después de un café, salir a la ruta. Estaba fresco, pero despejado. Crucé el angosto pasillo, bajé los 3 escalones y el sol me pegó de lleno en la cara encegueciendome un poco. Pegado a la barra donde dos mozos no paraban de lavar y secar tazas, se encontraba uno de los chicos argentinos que había conocido dos días atrás. Lo saludé rápidamente y  recorrí el lugar con la vista. Vi a las chicas, también argentinas amigas de él, sentadas en una mesa. Me acerqué para saludarlas y les pregunté si podía sentarme con ellas, a lo que asintieron.

Volvi a la barra y me serví lo mismo que las 4 mañanas anteriores, mi último desayuno no iba a ser muy diferente: café con leche y dos tostadas con mermelada de frutilla.

Me senté a desayunar con mis “amigos de vacaciones”e intercambiamos facebooks y teléfonos para contactarnos una vez que regresemos todos a Argentina.
El café duró un par de sorbos y cuando terminé, me dirigí a buscar el equipaje. Por suepuesto que les dije a mis amigos que volvería en minutos para despedirme.

Con todos mis bartulos en mano, abrí la puerta trasera del Chrisler 200 y subí la valija. El baúl estaba repleto de bolsas de regalos y recuerdos, ademas que las cajuelas de los descapotables no son muy espaciosas que digamos.

Saludé a todos, una despedida tierna y concisa, hacia dos días que los conocía pero iba a extrañarlos, o extrañar la compania en si. Es raro a veces como se dan las cosas, pero los conocí en el momento que más lo necesitaba. Era mi primer viaje completamente sola, al extranjero y había tenido un día agotador, donde en varios momento me habia planteado si estaba bien de la cabeza por irme sola a otro pais. Por más de que eran sólo 20 días es dificil. Estaba haciendo cosas que jamás me hubiera imaginado, sí… faltaba algo. Eso de que “la felicidad sólo es real cuando es compartida” en cierto modo es muy cierto, o por lo menos eso sentía hasta ese momento de mi viaje y ese grupo de argentinos me cayeron como anillo al dedo.

Subí al auto. Tenía que ir a una estación de servicio a hacer mi primera carga de combustible. “El gordo”, uno de los chicos del grupo, ya me había explicado como hacerlo porque era autoservice.

El portón del hostel se abrió y giré a la derecha en Hollywood Blvd. Como siempre la nostalgia me invadía repentinamente antes de tiempo y una parte de mi se quedaba en el “pasado”. Y con eso me refiero a los días anteriores en Hollywood, sin pensar si quiera que lo que vendría sería una de las experiencias más alucinantes de toda mi vida.

El GPS me marcaba que agarre a la derecha por una autopista, pero crucé el puente haciendole caso omiso, y me metí en una gasolinera. Saqué mi tarjeta de crédito y, tecleando la pantalla, seguí las instrucciones que estaban escritas en el surtidor. Todo iba bien, hasta que me pidió un número de código postal. Me bloqueé. No sabía de que me número me hablaba aquella máquina. Dejé  la manguera en su lugar y cerré la compuerta del tanque. Subí al auto y pensé. No se me ocurrió otra cosa que volver al hostel en busca de ayuda.

Dejé el auto con balizas en plena avenida, bien a lo argentino y entré corriendo. Crucé el parking y les golpeé la puerta a los chicos. Me abrió “el gordo” y le expliqué lo sucedido. Le pedí por favor que me acompañara, que después lo alcanzaba de nuevo hasta alli, a lo que sin problema accedió.

Otra vez frente a la bomba de gasolina. Otra vez pasando la tarjeta de crédito y tecleando la pantalla. Otra vez el maldito código postal.

— Es el código postal de la ciudad donde sacaste la tarjeta— dijo mi amigo. Ah! claro! la verdad no tenía idea. Hice un intento al azar, tecleando el CP de Ciudad Evita, donde vivo. 1-7-7-8 marqué, y lo que menos esperaba era que funcione, pero eso pasó. Me sentí aliviada.

Una vez que dejé al “gordo” en Banana Bungalow Hostel, subí a la autopista.

Al principio habia mucho tránsito. Día de semana, por la autopista que va hacia el centro de Los Ángeles, era medio lógico supongo. La cosa es que iba bastante tensa, fijándome todo el tiempo los límites de velocidad, y mirando continuamente por los espejos retrovisores. El paisaje urbano iba variando, pero siempre con un fondo de montañas de picos nevados.

Al cabo de una hora aproximadamente quedaron atrás los altos rascacielos de la ciudad californiana, trás subir por la ruta 15 hacia en noreste, en dirección a Barstow. Ahí sería la primer parada del día.

El amplia autopista se volvió más sinuosa y también cambió el escenario exterior. Ahora se veían colinas más deserticas, de colores rojos, ocres, anaranjados y amarillos. En la radio sonaba Creedence a todo volumen como para mantenerme alerta tras el volante (alguien que me niegue que es la mejor música para escuchar en un roadtrip). Moría por tomar un mate. Habia cargado el termo con agua caliente antes de salir, pero aun no habia podido cebarme ninguno.

Cerca del mediodia divisé un gran establecimiento en el medio de la carretera. Nada a un lado, nada en
el otro, sólo desierto, ruta y montañas lejanas. Eso es lo que vi alrededor de Peggy Sue’s, un restaurante típico Yanky ambientado en la década del 50. Cargué nuevamente nafta, en el único edificio que había frente a él, y luego aparqué en su polvoriento estacionamiento.

Una vez adentro, me senté en uno de los tradicionales cubículos. Tenía la característica persiana americana a mi derecha, casi como si fuera Bunny en Pulp Fiction. Todo estaba ambientado a esa moda que debo decir que me encanta. Hasta las meseras estaban vestidas como Pin-ups; sólo les faltaba servir la comida en patines.

Pedí una hamburguesa con queso, lechuga y tomate, acompañada por unas extrañas papas fritas. Era la
primera vez en mi vida que veia unas asi. Cuando me las trajeron eran identicas a la fotografia que tenia la carta, por lo que no pude resistirme a probarlas. Esta demás decir que el gusto a “papa” era el mismo de siempre, pero la forma era de lo mas inusual, por lo menos para mi. Uno ve una papa frita bastón, o sea, un paralelepípedo tradicional y recto, pero estas no eran rectas, sino en forma de espiral.

No tenia mucho hambre, tal vez estaba aun nerviosa por ser todo nuevo y desconocido. Además me daba un poco de miedo comer pesado y que me agarre sueño sobre la ruta.

Cuando terminé de comer me di cuenta que solo había bajado con la tarjeta de crédito, y no tenia ni una moneda para dejarle propina a la “camarera”. Cuando se acercó a la mesa a recoger el plato, que aun contenía algunas papas, le dije que me traiga la cuenta y que espere un momento, que iba a ir hasta el auto. Ahora lo pongo asi, como si fuera tan facíl hablar en ingles para mi, pero estuve varios minutos pensando como decírselo.

Luego de pagar, me dirigí hacia el fondo del local, donde había una pequeña tienda con merchandising de la ruta 66. Está demás decir que compré algunas cosas. Cuando miré el reloj, eran las 13:36 hs. Aún me faltaba llegar a la ruta 66 y atravesar más de 300 km. para llegar a Kingman.

Subí al auto y me prepare unos mates, rezando que el agua del termo siguiera caliente. Si bien no tenía sueño, pensaba que una dosis de mateína no me vendría mal.

Comencé nuevamente la travesía y bajé la capota, pero mantenía las ventanas cerradas por miedo a que se volara algo. Luego de una hora de viaje agarré la legendaria ruta 66. Desierto a ambos lados. A mi izquierda el tren de vagones infinitos y a mi derecha la nueva autopista. La carretera estaba bastante resquebrajada, seguramente a causa de los miles de camiones que habrían pasado por allí. Me detuve cuando vi una pintada en el suelo del escudo de la 66. Abrí mi trípode y me dispuse a sacarme algunas autofotos. Pasaron algunos camiones dando bocinazos, pero no me importó. el rayo del sol rebotando sobre el asfalto hacia que el viento sea cálido como la brisa de verano.

Volví a la ruta, estaba excitada. No podía creer que estuviera ahí. Un sueño hecho realidad. A medida que avanzaba el camino se tornaba más serpenteante. De pronto, a mi derecha divisé decenas de buzones de distintos colores que se alineaban, cada varios metros, sobre él. Vi algunas casas y negocios de vidrios rotos y abandonados. Me arrepentí de no haber visitado aquel “pueblo fantasma” que había marcado en el mapa. Sin embargo tenia miedo que se hiciera de noche, y no quería manejar en la oscuridad. ((Nota mental: ya puse la palabra “miedo” dos veces en este texto… eso no esta nada bien! pero era así, además era la primera vez en mi vida que manejaba tantos kilómetros estando al volante y sola))

Detuve el Chrysler cerca de un puentecito por el cual pasaban las vias del tren para sacar unas fotos. A metros, cruzando la ruta, encontré una típica “planta rodadora” pero aun agarrada a la tierra. Como una imbécil, la toqué. Cuatro años después, todavía tengo la sensación del pinchazo.

Seguí manejando, guiada por la gallega, cantando frenéticamente para no sentirme tan sola. Pasaron varias horas y finalmente acabó la ruta, desembocando en la autopista 40. El paisaje iba cambiando junto a la caída del sol. Las montañas estaban bañadas de un color cobrizo y contrastaban con el cielo bien azul.

De repente el GPS me indicó mantenerme a la derecha pero a la autopista se bifurcaba en 3 ramas. Tomé por la que iba más hacia la derecha, y ahí el aparato entro en crisis. “Recalculando… siga 10 km. y retome a la izquierda”. Claro!, el GPS había dicho que me MANTENGA a la derecha, no que baje de la autopista por la derecha… en fin, la noche me estaba pisando los talones, y sumando el cansancio, a cada minuto que pasaba veia menos.

Retomé donde indicaba y por fin vi carteles indicativos hacia Kingman. Bajé de la autopista hacia la calle donde se encontraba el hotel. Una ruta, que resultó ser nuevamente la 66, en el medio de la nada, con escasos hoteles y negocios. 3261 E. Andy Devine Avenue, esa era la dirección exacta. El problema empezó cuando donde se suponia que tenía que haber un hotel, en esa misma dirección, había una estación de servicio. Estacioné el auto en el parking y decidida a buscar ayuda, entré en el shopp.

La muchacha que estaba detrás del mostrador levanto apenas la vista de lo que estaba leyendo. Yo sentí como progresivamente me iba subiendo el calor, sabiendo que tendría obligatoriamente que hablar inglés.

—Hi! Can you help me, please? — dije. La frase la venia pensando desde que salí del auto y aun así me trabé.

Le mostré el mapa y el nombre del hotel. Ella lo estudió con cara pensativa y luego me indicó que era enfrente. Le agradecí y salí. Miré hacia la otra vereda, efectivamente había un hotel, pero no era el nombre que tenía en la reserva, Silver Queen Motel.

Di dos vueltas hasta que, un poco desesperada, decidí bajar a preguntar en aquel hotel. La recepción era acogedora, de pisos alfombrados color bordó y muebles algo anticuados en madera. Le comenté al recepcionista sobre aquel asunto, y me dijo que estaba en el Silver Queen Motel, que era como un complejo de dos hoteles o algo así. Aliviada le entregué el voucher de la reserva y de inmediato me hizo el check in. Me señaló en un mapa dónde era mi habitación y me dio dos tarjetas electrónicas como llaves.

Subí al auto y lo estacioné justo frente de la entrada de mi habitación. El hotel era el típico Motel, de dos plantas, con largas galerias y con el parking frente a cada puerta. La habitación estaba muy bien. Equipada con TV, aire frio/calor, cafetera, lo único que lamenté es que no había secador de pelo. Tomé una ducha y me acosté en la cama a comer nachos, esa fue mi lamentable cena. A pesar del cansancio, tardé bastante en dormirme, mientras miraba “300” en la tv y sin subtitulos, la muerteeee.

Al otro día me esperaba un largo día camino a Williams y al Gran Cañón del Colorado 😀

 

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