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Camino a Cachi, paisajes de otro planeta

  • Categoría de la entrada:ARGENTINA

Esa mañana espléndida de abril, mientras desayunamos en el hotel de Cafayate, no nos imaginábamos el festín de imágenes que verían nuestros ojos al cabo de unas pocas horas. Tomamos nuestro café con leche y medialunas con la precordillera imponente y a su vez aun lejana, entrando por la ventana. Luego del checkout partimos hacia la pequeña localidad de Cachi. Tomamos la legendaria Ruta 40 hacia el norte en nuestro Chevrolet Corsa de alquiler. A ambos lados se veían los viñedos plantados ordenadamente. A causa de nuestra velocidad, al mirar fijo sus troncos se generaba un efecto visual asombroso. Cuando dejamos las plantaciones atrás, giré 360 grados para admirar el paisaje. Estábamos en un valle de unos cuantos kilómetros cuadrados pero completamente rodeado por montañas. Teníamos decidido ingresar a todos los pueblitos que hallemos camino a Cachi. El trayecto desde Cafayate a San Carlos está asfaltado, pero luego son kilómetros y kilómetros de ripio. Cuento esto para que tengan en cuenta que si es época de lluvias (verano) el camino puede volverse intransitable.

El primer pueblito saliendo de Cafayate es Animaná. En esta pequeña localidad también encontraran algunas bodegas y fincas para visitar y degustar vinos. Más allá de eso no hay mucho más para ver. Continuamos con nuestra travesía y el próximo pueblo fue San Carlos. Se encuentra a 25 km de Cafayate y es el pueblo más antiguo de la provincia. Un poco más urbanizado que Animaná, pero solo un poco. De veredas angostas y casitas envueltas en la época colonial, con sus rejas de hierro forjado y torneadas, techos de teja y faroles en sus fachadas. Enfrentada a la plaza principal que se encuentra sobre la ruta, se alza la Catedral de San Carlos. Esta iglesia es la más importante de la zona no solo por su tamaño, sino por ser la única con crucero y cúpula dentro de los Valles Calchaquíes. Saliendo de San Carlos a unos 5 kilómetros comenzó la diversión. El camino se volvió de ripio con curvas y contracurvas, subidas y bajadas, puentes que atravesaban parcialmente el río Calchaquí el cual corre paralelo a la 40. El paisaje fue cambiando considerablemente. Grandes paredes rocosas comenzaban a bordear la ruta mientras ascendíamos a veces casi en caracol. Todo iba indicando que estábamos cerca de la extraordinaria Quebrada de las Flechas. Cuando preguntan: ¿qué imperdibles hay para ver y conocer en Salta?, Quebrada de las Flechas es una respuesta indiscutible. Como lo puse en el titulo de este post, este magnifico lugar tiene paisajes inverosímiles. Son increíbles las formaciones puntiagudas en forma de flechas inclinadas, la aridez del suelo polvoriento, los colores que varían en tonalidades. Todo conforma un monumento natural digno de ver por lo menos una vez en la vida.

Siguiendo por la ruta 40 llegamos al poblado de Angastaco. Otra pequeña localidad del departamento de San Carlo la cual no llega a los 1000 habitantes. Ya era pasado el mediodía y el hambre comenzaba a aflorar, asique ingresamos al pueblo en busca de algo que pueda saciarnos. Dimos una vuelta y vimos su Centro Cívico con su bella iglesia, hostería y hasta pequeño museo arqueológico. Nos detuvimos en la puerta de un almacén, el único que encontramos. Allí compramos un poco de pan casero y fiambre (valientes nosotros ya que, sin desmerecer, tenía dudoso aspecto). Continuamos nuestro camino mientras preparaba los sándwiches con un repasador en la falda para no llenar de migas el auto.

Pasó alrededor de una hora hasta que llegamos a la bifurcación donde se encuentra el camino hacia Molinos. Se transita un kilometro por la ruta 53 para llegar a esta localidad. En esta zona volverán los cerros de colores y los paisajes más verdosos. Molinos es un pueblo sumamente tranquilo, con sus casas de adobe como la mayoría de la zona. Sin embargo ofrece mayor variedad de alojamientos que los otros ya mencionados. Desde camping hasta hosterías, asique si se les hizo tarde y necesitan pasar la noche allí, podrán hacerlo tranquilamente. También, si lo desean, podrán participar de algunas de las actividades que ofrece Molinos como visitar sus viñedos y bodegas, pasar la tarde en la reserva de vicuñas “Coquena” o comprar alguna de las artesanías de La Asociación de Artesanos San Pedro Nolasco , como ponchos, mantas, alfombras, tapices, etc.

Poco a poco iba cayendo la tarde y aún seguíamos en dirección a Cachi. En mi mapa estaba marcado un lugar que quería conocer si o si. La “Laguna de Brealito” quedaba a unos 15 km desviándonos de la ruta 40 por la 56… pero sobre esto haré un post especial ya que hay mucho que contarles.

Entonces, volvamos a ubicarnos en la 40. El pueblo siguiente en nuestro recorrido era Seclantás. Sin darnos cuenta el espectáculo visual había cambiado nuevamente por completo. Dejamos atrás los viñedos de Cafayate y el paisaje marciano de Quebrada de las Flechas, para ahora contemplar colinas verdes y rojizas con valles donde crecen cactus gigantescos rodeados de pastizales amarillentos. Seclantás es un pequeño pueblo bordeado por el río Brealito. Conocido como la cuna del Poncho salteño, aquí podrán recorrer el “Camino de los Artesanos” el cual encontraran ascendiendo por la ruta 42, calle principal de la localidad, paralela a la 40. Otro paseo por la zona es el de las pequeñas bodegas familiares que elaboran vinos pateros y mistela.

Eran pasadas las 5 de la tarde y el sol ya comenzaba a descender bajo las montañas. Reanudamos nuestro camino por la ruta, prometiendo no volver a detenernos. Lo que menos queríamos era avanzar por ese camino a oscuras y aun faltaban casi 30 kilómetros para llegar a destino. Los último rayos de sol rebotaban sobre las montañas y hacían que los colores se vean más intensos y en sectores se oscurecían por las sombras que las mismas generaban. El río Calchaquí, con su nivel escaso de agua, seguía fielmente paralelo a la ruta. Por momentos ascendíamos tanto que generaba vértigo mirar hacia el precipicio que se formaba. Un rebaño de cabras, chivitos y ovejas nos sorprendió caminando tranquilamente por el medio de la ruta, comandados por un par de jovencitos acompañados por algunos perros también. Al vernos, los animales comenzaron a abrirse en el camino hacia ambos lados, guiados por los dos niños. Pasamos lentamente para no asustarlos. La zona se volvía un poco más urbana. De pronto algunas casas de humildes campesinos aparecían linderas a la 40. Un manto rojizo cubría el suelo de sus jardines. Aminoramos la velocidad para observar más detenidamente de que se trataba. Viendo en detalle nos dimos cuenta que se trataba de pimientos. Cientos, miles de ellos desparramados en los alrededores de aquellas casas, secándose al sol, que supongo les daría de lleno en otro momento del día. Más tarde supe que era de aquellos pimientos que se usan para hacer pimentón dulce.

Por fin llegamos a la encantadora ciudad de Cachi. Ubicada a más de 2.300 msnm, está rodeada por montañas con nieves eternas, haciendo del paisaje un cuadro exquisito. Sus callecitas empedradas, de veredas angostas, como todos los pueblitos coloniales. La noche se avecinaba pronto cuando ingresamos a la Hostería del ACA, la cual tenía una vista extraordinaria. Un parque inmenso con parrillas y mesitas de jardín, entre arboledas y galerías, fue una de las primeras cosas que observé al bajar del auto. El aire se sentía totalmente limpio. Fue hermoso. La hostería era realmente grande, no se bien cuantas habitaciones tendría, pero la que nos toco a nosotros estaba del lado sur de una de sus galerías. El cuarto era sencillo, un poco anticuado pero estaba bien para pasar la noche. Hacia un poco de frio, que se fue de inmediato al encender la estufa. La panza empezaba a resonar nuevamente, los sándwiches de fiambre dudoso ya se habían digerido hace rato. Caminamos hasta la recepción, ya que brindaban servicio de restaurante. Miramos el menú y los precios. Eran bastante caros, asique volvimos a agarrar el auto y salir a dar una vuelta a ver que encontrábamos. Los farolitos de las calles comenzaban a encenderse mientras la hora mágica comenzaba a descubrir las primeras estrellas en el cielo. Dimos un par de vueltas por el minúsculo centro cívico donde había algún que otro lugar abierto. Tomamos una cortada perpendicular a las plaza principal. Un cartel parado en forma de carpa en una de las veredas anunciaba la venta de empanadas regionales. No se trataba de un restaurante convencional, sino de una casa de familia. En la entrada un larga mesa repleta de artesanías hechas en piedra ocupaba el porche. Una niña estaba detrás de él. Le preguntamos por las empanadas y en seguida salió a buscar a su madre quien se asomo por una ventana y luego atravesó la puerta. Costaba $60 la docena de empanadas de carne. Pedimos media, porque nuestra idea de gorditos era comer un tentempié en el hotel, y luego ir a cenar a un restaurante.

El firmamento que se veía entre los árboles, a lo lejos, era color rosa intenso, mezclándose con el azul oscuro de la noche. El frío se estaba haciendo sentir cada vez más mientras aguardábamos sentados en el cordón de la vereda. Cada tanto pasaba algún auto que iluminaba la calle con sus faroles encegueciéndonos. Unos perros callejeros jugaban a unos metros nuestro. Al cabo de 20 minutos la mujer salió de la casa, esta vez con una bolsa en la mano. Le pagué los $30 pesos y me dio el paquete caliente. Al subir el auto el aroma inundó el ambiente haciendo que nuestros estómagos rujan más fuerte y nuestras papilas gustativas comiencen a imaginarse el sabor de aquellas empanadas norteñas. Ansiedad es mi segundo nombre, por lo que abrí el paquete y le di un mordisco a una. Por supuesto que también le convidé a Gabi. La verdad que por lo que las pagamos no estaban nada mal. Está de más decir que cuando llegamos nuevamente a la hostería quedaban solo 3 empanadas (con el tono Luis Brandoni en la película “Esperando la Carroza”). Decidimos guardarlas para el día siguiente, así no nos llenábamos de más. Nos bañamos para sacarnos el polvo que teníamos encima del largo camino que habíamos hecho ese día. Pasada un poco más de media hora, volvimos a subirnos al auto a dar otra vuelta. Terminamos en una pequeña bodega en la misma cuadra donde habíamos comprado las empanadas.
Pedimos una cerveza “Salta”, Gabi pidió más empanadas y yo una humita y un tamal. Gastamos muy poco, comer es muy barato en el norte. Cuando acabamos y regresamos a la hostería, nos sentamos en las mesitas que estaban a la intemperie a tomar otra cerveza. En la lejanía se veía la contaminación lumínica de alguna ciudad cercana, pero encima nuestro el espectáculo más impresionante de estrellas que contemplé en mi vida. Nos adentramos entre los árboles, allí donde no llegaban las luces de la hostería. Nos acostamos en el pasto que era tan mullido como un colchón. El frío no importaba. La mancha que veía en el cielo era de belleza inefable. Por primera vez veía la Vía Láctea y es una imagen que quedará de por vida plasmada en mi memoria. Nos quedamos ahí, en silencio, tomados de la mano cual película romántica. Asique ya saben, si son aficionados de la astronomía: Cachi es el mejor lugar para ver estrellas.

No sé cuanto tiempo permanecimos ahí, pero cuando el frío traspasó nuestras ropas decidimos que era hora de ir a dormir. Al otro día nos levantaríamos temprano para desayunar, recorrer un poco el centro, esta vez con luz de día, y continuar viaje hacia Salta Capital, nuestro próximo destino.

 

Qué ver en CACHI:

Plaza 9 de julio: se trata de la plaza principal la cual se encuentra rodeada por una pirca de piedra con arcos en sus entradas imitando los centros de reuniones ancestrales de los nativos “Chicoanas”. A sus alrededores, los pequeños negocios de artesanías y comidas invitan a los turistas a compartir sus tradiciones. En una parte de la plaza también se alza la Feria de Artesanías, donde podrán adquirir todo tipo de recuerdos y artículos regionales.

Iglesia de San José: ubicada también en el Pueblo Viejo de Cachi, exactamente frente a la Plaza 9 de julio. Fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1945, aún conserva su antigua estructura con muros de adobe y techo de madera.

Sitios Arqueológicos en Cachi:

El Mariscal: se encuentra a 2 kilómetros por el camino hacia Cachi Adentro. En este lugar encontraran restos de viviendas y tumbas del período tardío de la cultura Cachi.

Antigal: Se encuentra Camino Cachi Adentro a sólo 8 Km del pueblo. Se trata de un valle formado por el río Las Arcas donde en sus orillas podrán observar más tumbas y restos de recintos habitacionales

Las Pailas: es un sitio arqueológico al pie del nevado de Cachi. Se llega por el camino a Cachi Adentro a unos 16 kilómetros. Este lugar se encuentra a 3000 metros sobre el nivel del mar. Aquí hallán tumbas circulares,  silos, corrales  y canales de riego subterráneos.

Datos generales:

  • Total de recorrido Cayafate – Cachi: 160 km.
  • Tiempo aproximado: 4 a 5 horas.
  • Altura Cafayate: 1.683 msnm
  • Altura Cachi: 2.531 msnm
  • Quebrada de las flechas: kilómetro 4380 de la RN 40. Altura SNM: 1.955 mt.

 

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