“Sin el pasaporte no puedo arrendarles el carro”, fueron las palabras de la empleada del rental de autos quien, aún después de sus dichos, sostenía intacta la sonrisa detrás del mostrador. Yo miraba fijamente mi DNI argentino mientras sentía como me iba subiendo la temperatura. Sabía que la mujer tenía razón. Había entrado a Colombia con el pasaporte y no con el DNI, por lo tanto, lo lógico sería que el mismo documento sea el permitido para alquilar un coche. Le discutí. No tenía ganas de volver caminando 15 cuadras hasta el hotel a buscarlo y mucho menos aguantar la mirada de desaprobación de mi novio diciendo: ‘te lo dije’. Nunca saco el pasaporte cuando viajo. Siempre queda bajo llave en el hotel y me manejo con el DNI, pero no había reparado en la “letra chica”. A pesar de mi ofuscación la empleada no dio el brazo a torcer.
Caminamos en silencio unos 15 minutos. Eran cerca de las 10 y media de la mañana y el rayo del sol de Medellín se hacía sentir. Cuando tuvimos los pasaportes tomamos un taxi hasta el rental. La burocracia fue eterna. Ya estábamos retrasados una hora de lo que pensamos, iba a ser nuestra partida. Una vez que nos acomodamos y familiarizamos con el coche, salimos a la calle.
El “mate” fue improvisado pero necesario para transitar los 80 y pico de kilómetros que separaban a “El Poblado” de Guatapé. Era nuestro segundo día en la segunda ciudad más poblada de Colombia. Andy y yo habíamos alquilado ese auto para ir especialmente hasta el Peñon. No es que de otra manera no se pueda llegar, pero nos pareció la manera más rápida y sobre todo, cómoda.
A través de la ventana observaba las colinas cultivadas de manera escalonada. Cada tanto aparecía algún pequeño pueblo y alguna que otra vivienda más aislada con sus propias plantaciones. Todo formaba parte de un paisaje que me recordaba a Italia. Una similitud que también asocié a los 702 escalones que estábamos a minutos de subir, con el recuerdo del ascenso a la Cúpula de Brunelleschi o al Campanario de Giotto en Florencia.
Unos 20 kilómetros antes de llegar, atravesamos Peñol, un municipio del departamento de Antioquia, de no más de 100 mil habitantes. Aún así, el centro diminuto era caótico. La gente cruzaba la calle casi sin mirar; carros tirados por animales; tuk-tuks, bicicletas, motos, camiones. Como si la mitad de la población hubiera salido en ese mismo instante a cruzar nuestro camino. Unas cuadras más adelante el urbanismo repentino había terminado. Nuevamente la paz de la campiña a ambos lados de la ruta serpenteante. El campo se llenó de espejos de agua, como si se tratara de un archipiélago. Los colores del agua variaban entre azules y verdes. Mientras me dedicaba a hacer videos del recorrido, una curva pronunciada dejó al descubierto la enorme protuberancia. El Peñon aún estaba lejos pero brillaba bajo el sol como si fuera una turmalina negra, pulida y lustrada. A simple vista se veía la estructura de escaleras construida en medio de una grieta que dividía el monolito en dos.
Otra vez Andy disminuyó la velocidad al encontrarnos en la zona urbana. Dobló hacia la derecha por un camino bastante pronunciado que ascendía hasta el “parking” a los pies del Peñon. Para que nos permitan el paso y el libre estacionamiento pagamos 5.000 COP. Los negocios abarrotados de un amplio surtido de “souvenirs”, se agrupaban a los dos lados de la calle. Turistas de todas nacionalidades caminaban casi en procesión hacia la taquilla. Antes de unirnos a ellos, nos llenamos la cara y los brazos de protector solar. El día estaba totalmente despejado y el sol amenazaba con dejarnos estilo camarón.
La entrada para subir al Peñon de Guatapé nos costó 18.000 COP cada uno. Sinceramente el ascenso no fue algo demasiado complejo. Los escalones de cemento eran altos, pero llevaderos. Cada tanto parábamos en algún descanso para recobrar el aliento y tomar agua, si era a la sombra, mucho mejor. Lo más importante es mantenerse hidratado y con un ritmo cardíaco estable. No se olviden que Guatapé está a más de 2100 mtnm y cualquier tipo de actividad física es más dificultosa. Por eso también les recomiendo haber estado algunos días antes en Medellín, para aclimatarse adecuadamente y prevenir el “mal de altura”.
Llegamos a la cima luego de unos 15 minutos. Arriba había un sector con una pequeña feria y algunos puestitos de comidas con sillas y mesas. El viento soplaba enérgico y hacía flamear la bandera colombiana que pendía de un mástil. Subimos unos 10 escalones más por un pasillo estrecho en forma de caracol. La terraza era circular, rodeada por una baranda de material que me llegaba al pecho. La vista al embalse me recordó a la vez que, en el colegio primario, miré cómo era la hoja de un árbol a través de un microscopio. Las decenas de islitas repletas de vegetación se interconectaban mediante caminos poco transitados. Del archipiélago selvático sobresalían algunas construcciones de casas bajas.
Unos 20 minutos después de varias fotos y selfies, emprendimos el regreso. No estoy segura de la cantidad de escalones que bajamos. El camino de descenso era por una escalera distinta, más incrustada en las entrañas de la gran roca de granito.
Cuando llegamos a la base era el momento perfecto para saciar el hambre. Me llevé una grata sorpresa al averiguar los precios de los restaurantes que rodeaban al Peñon de Guatapé. Al contrario de lo que esperaba, los valores eran igual que en cualquier otro lugar de Medellín. Entramos a uno con una vista excepcional; de un lado el Peñon y del otro el embalse. Pedimos una “bandeja paisa” con trucha frita, para compartir; dos cervezas y unas papas fritas. Gastamos unos 40.000 COP y quedamos sumamente satisfechos. Mucho de esto nos pasó durante todo el viaje a Colombia: los platos generalmente son abundantes, lo cual compartir es una gran opción para salvaguardar la economía.
Era hora de seguir explorando el pueblo y es que Guatapé no es solo la extravagante piedra. El “Pueblo de los zócalos” está a 4 kilómetros de allí, llamado así por los coloridos dibujos en relieve en la parte inferior de las fachadas de casas y edificios importantes. Flores, animales, paisajes y escenas del folclore colombiano están plasmadas en los muros de la pequeña ciudad. Si llegaron hasta la Piedra del Peñon es primordial la visita. El “centro neurálgico” ronda en torno a dos calles principales: la 29, también conocida como “la calle del recuerdo” y la 31, ambas paralelas.
Fue un poco complicado transitar con el auto aquellas estrechas callecitas aglomeradas de gente. Terminamos dejándolo en el estacionamiento de un restaurante donde pagamos 4.000 COP la hora. Como dije el pueblo estaba inundado de colores y pequeñas esculturas incrustadas en las paredes. De la mayoría de los aleros de las casas colgaban macetas repletas de flores. En la intersección de la calle 31 y la carrera 29 doblamos para llegar a la Plazoleta de los Zócalos. El camino era adoquinado y las construcciones de esa zona tenían hasta dos o tres pisos. La mezcla de tonos en las paredes estaba armoniosamente elegida. Tonalidades pasteles por un lado y colores más fuertes por otro, los cuales en conjunto transmitían una cálida sensación de alegría y vivacidad. La plaza estaba compuesta por unas cuantas gradas donde la gente se sentaba a charlar y descansar a los rayos del sol de la tarde. También los bares y cafés que la rodeaban habían colocado sus mesas con sombrillas para aquellos que quisieran tomar el almuerzo o mediatarde. Me llamó la atención algo plateado que brillaba en lo alto de las escalinatas. Un enorme pez plateado se alzaba como símbolo de la prosperidad y abundancia.
Tomamos un riquísimo café colombiano en uno de los balcones de las cafeterías del primer piso. Seguimos camino hacia el parque principal. Como en toda ciudad pequeña, estaba rodeada por los edificios más importantes: la parroquia, bancos, hoteles, etc.
Otro de los puntos que pueden visitar aquellos que se reconocen como “100 % turistas” es el cartel de Guatapé. En muchas ciudades de Colombia vi este tipo de “publicidad” turística que a mi parecer funciona bastante bien. Todo el mundo quiere llevarse su foto posando junto a las letras que forman el nombre de la ciudad ¿o no?.
Esta sobre la calle que bordea el embalse y muy fácil encontrarlo. Lo dejo marcado en el mapa junto a los otros puntos turísticos.
Espero que hayan disfrutado de este recorrido por esta bella localidad de Medellín.
Saludos!!! y buenos viajes!!
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